Una yucateca a la hora del té inglés. Parte III. El idioma

marzo 2, 2021

Por Alma Burgos Simón

Una misma situación genera experiencias diferentes en cada persona, para mí, llegar por primera vez a una estación de tren en Manchester fue como entrar en una de las películas de Harry Potter —que por cierto se desarrollan justamente en el Reino Unido—, ya que solo me hacía falta mi varita mágica y encontrar el andén 9 ¾.

Pero la magia terminó muy pronto con el siguiente golpe de realidad: el idioma.

Después de admirar los trenes, intenté ubicar en el que nos subiríamos, pero por más letreros, anuncios y pantallas no lograba comprender nada y la voz en las bocinas de anuncios no ayudaba en absoluto. Por supuesto todo estaba en inglés.

Eran dos factores principales: primero, a pesar de que como en muchas partes del mundo, donde el primer idioma no es el inglés, lo llevas como materia obligada gran parte de tu vida, jamás me había enfrentado realmente a una realidad donde ya nada estaba en mi lengua.

Pues al menos yo, en Yucatán, nunca había tenido que utilizar mis habilidades lingüísticas por más de dos frases, en situaciones contadas como, por ejemplo, una vez que estaba almorzando unas gorditas en el centro de Mérida y una pareja de extranjeros entró a probar la comida. Como pudieron, con señas con el dedo al menú impreso en la pared, lograron ordenar, pero tras unos minutos, una de las meseras le dijo a la otra.

—No les pregunté si era para comer aquí o para llevar

—Pues pregúntales —respondió su compañera.

La primera se armó de valor, se acercó a los gringos y dijo:

—¿Quieren la comida para acá o para llevar? —sí, amigos y amigas, así, en español.

Los turistas con su cara de “what” obviamente no respondieron, pero la chica no quería rendirse, tomo aire y prosiguió a repetir la pregunta a un ritmo lento y pausado, como cuando le quieres enseñar a un niño como separar las palabras en sílabas.

—¿Quie-ren laaaa co-mida paaaaa-ra lle-var o paaaaa-ra co-meeeer a-caaaa?

Como supongo se imaginarán, su estrategia no funcionó, pues nada había cambiado, ellos no entendían ni lo que les decían ni por qué la señora les hablaba como si fueran retrasados mentales.

Así que entré al rescate y les hice la pregunta en inglés. 

La autora de estos relatos, Alma Burgos Simón.

Bueno, quería ponerles en contexto cuál era mi extraordinario nivel en ese idioma y el motivo de que yo me sintiera como los gringos, por no entender nada en aquella estación. 

El segundo factor son sus modismos, ellos tienen muchas expresiones que no solo no me dicen nada a mí, una yucateca cuyo primer idioma es el español, sino que no le dice nada ni a otras personas que sí tienen como primer idioma al inglés.

Algo como lo que les pasa a nuestros compatriotas del norte cuando vienen por primera vez a Yucatán y escuchan: “¿Me prestas tu tajador?”, “Con la lluvia ya se anegó tu casa, nené” o “Te apesta tu xic, ya báñate”.

Bueno así, igualito, pero en inglés. 

Les presento solo algunos ejemplos: En español es galleta, pero en Estados Unidos es cookie y en Gran Bretaña es craker. En español es rentar, con los vecinos del norte de México es rent y en el Reino Unido es let. O basura en español, trash con los gringos y rubbish con los ingleses.

Y es que yo una vez pedí una “cookie” y me dieron un chocolate, no una galleta. 

No todo es malo, pues en una ocasión mientras comíamos en un “pub”, por no entender lo que decía el menú o quizá simplemente el chico no comprendió ni papa de lo que le pedí, en lugar de traerme una cóctel en tamaño normal, me sirvió una jarra. Aparentemente no hubo comunicación, pero del resultado de ese día, no me quejo.

 Además está el tema de su pronunciación, no es secreto que ellos tienen un acento muy particular, por lo que puede resultar bastante difícil entender lo que dicen cuando no estás acostumbrado o peor aún que ellos te entiendan que es lo que quieres o necesitas. 

Hasta pedir un vaso de agua puede llegar a ser un desafío, pues algo tan común se pronuncia diferente en inglés americano y en inglés británico. 

Además, debido a mis características físicas, yo daba el “gatazo” de ser británica, siempre y cuando no abriera la boca, porque al momento de pronunciar una palabra, me decían: “Tienes acento, ¿De dónde eres?”, eso les puede enseñar que mi intento de hablar como ellos nunca me dio resultado. 

Bueno, ahora sí, nos subimos al tren… 

Continuará…

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