Una yucateca a la hora del té inglés. Parte IX. El trabajo

Por Alma Burgos Simón

Mérida, Yucatán, 8 de julio de 2021.- Más de un mes ha transcurrido desde mi llegada del otro lado del charco donde tenía tenía una visa que me permitía trabajar y es lo que quiero contarles. Gracias a una amiga de la universidad de mi esposo, que dejaba el puesto en un restaurante español porque se regresaría a su natal Colombia, no tardé en encontrarlo. 

Trabajé en El Toro, un restaurante de tapas españolas en el barrio de Broomhill y fue mi segunda casa durante mi estadía en Reino Unido. Al entrar por esas puertas nunca imaginé que quienes ahí laboraban, al igual que el dueño y su familia, nos convertiríamos en grandes amigos.

El restaurante era muy popular, porque significaba una oferta de comida difícil de encontrar en Inglaterra, pues como ya platicamos, no se destacan por tener platos sabrosos ni nada por el estilo.

Ahí podías encontrar desde una deliciosa paella con mariscos, pollo y verduras, un plato de lentejas con chorizo o garbanzos con tocino, hasta gambas, un estofado de pato y otras delicias culinarias de España.

Yo nunca había trabajado de mesera y menos atendiendo a comensales que hablan únicamente inglés, por lo que aquí fue donde realmente comencé a poner en práctica el idioma. 

En El Toro cabían 9 meses más la barra, en un fin de semana agitado teníamos más de 26 personas comiendo y bebiendo a la vez. 

El dueño del restaurante, llamado Edi, era de origen colombiano, pero que había emigrado a España desde muy joven. Vivió ahí más de 10 años hasta conseguir la nacionalidad y posteriormente mudarse a Inglaterra donde conquistó a los británicos con sus guisos. 

Su familia la completaba su esposa Mary y un pequeño bebé llamado Dylan, que cuando lo conocimos no tenía ni un año de edad.

Ahí también trabajaba otra mesera, llamada Karla, también mexicana, de Monterrey que estaba en Sheffield estudiando su doctorado. Su esposo y el mío apoyaban cada cierto tiempo en la cocina, especialmente en los días más ocupados.

Mi trabajo se consideraría de medio tiempo, ya que solo trabajaba de 5 de la tarde al cierre y eso dependía mucho de la gente, en promedio cerrábamos a las 10 de la noche.

En Reino Unido, como en Estados Unidos, el pago es por hora. Ahí ganaba 8.70 libras la hora, lo que serían unos 217 pesos cada hora.

Trabajar en El Toro significó poder conocer mucha gente, había asiduos regulares, que incluso iban cada semana. Estaba John, un hombre de unos 60 años que todos los días acudía por un café y un jugo.

Las señoras del vino, como yo las llamaba. Un grupo de 3 amigas de unos 50 años que cada miércoles acudían para charlas mientras bebían 3 copas de vino blanco.

Estaba una pareja llamada Patricia y Kevin que iban al menos una vez al mes y que les encantaba platicar de su día, de su hija y de su trabajo.

Hubo una pareja de la que nunca supe sus nombres, pero le llamábamos los guacamoles, porque siempre, indefinidamente pedían exactamente lo mismo, entre esas cosas, estaban dos completos de guacamole.

Gracias a este trabajo pude ahorra lo suficiente para ayudar a mis padres a pagar su boleto y que pudieran conocer por primera vez esta parte del mundo.

Además, el equipo que conformada el restaurante, considero que era muy unido, cada tanto nos reuníamos en casa de alguno y probábamos comida de nuestras tierras. Edi y Mary nos cocinaron otras comidas españolas, Karla hizo carnitas y nosotros les preparamos poc-chuc.

Incluso la madre de Mary, quien se encontraba de visita en Sheffield y que nunca había comido tacos en su vida, los probó, claro que ahí no hay tortillerías, conseguimos la harina y torteamos a mano.

Ahí nos pasó de todo, desde clientes muy amables que dejaban una jugosa propina, hasta mesas problemáticas o personas demasiado alcoholizadas. Había que saber lidiar con todo tipo de gente.

Eso sí, nunca se hizo aburrido, conocí a mucha gente, incluso a una familia, cuyo hijo acaba de regresar a vivir a Sheffield después de vivir por un año justamente en Mérida, Yucatán, trabajando como maestro de inglés.

Decir adiós a El Toro y a los amigos que ahí conocí fue de las cosas más difíciles que tuve que hacer cuando ya nos tocó regresar a casa…

Continuará…