Una crónica del izamiento de la Bandera en el CX Aniversario del Inicio de la Revolución

Por Rafael Gómez Chi

El Lábaro Patrio apenas ondeó mientras subía, despacito, hacia la cima del asta.

La mañana del 20 de noviembre era soleada pero fresca. El Gobernador Mauricio Vila Dosal jalaba la Enseña con delicadeza, con las manos como un motor en ralentí, suavemente.

Los policías de la Secretaría de Seguridad Pública impávidos, mirándose de frente los unos a los otros, con las armas presentadas en forma de saludo.

Observaban fotógrafos, camarógrafos, periodistas y funcionarios públicos en el centro de la Plaza Grande. Se trataba de la ceremonia cívica con la que el Gobierno del Estado conmemoró el 110 Aniversario del Inicio de la Revolución Social Mexicana.

Como se anunció, no hubo desfile, sólo el izamiento de la Bandera a cargo del mandatario, que vistió una guayabera de gala de mangas largas y su pantalón azul. Con el cubrebocas blanco entró a la plaza con la diputada Janice Escobedo Salazar y su vestido a rayas y cubrebocas rosado.

La ceremonia fue a las ocho de la mañana. Puntual. Con la Banda de Guerra de la SSP y la Plaza Principal cerrada con vallas de metal, de modo que además de las autoridades y la prensa sólo tenían acceso a ella las palomas, las dueñas del espacio del poder.

Y testigos mudos los cuatro costados del parque, al norte el Palacio de Gobierno, al Sur la Casa de Montejo, al Este la Catedral Metropolitana y al Oeste el Palacio Municipal.

Había fresco pero no soplaba el viento. El tráfico era poca cosa. Decenas de comercios del Centro Histórico aún estaban cerrados. A lo lejos, ajenos a la ceremonia cívica, las personas que se dirigían a sus trabajos y los gritos de los venteros de tortas de lechón y de cochinita del mercado Lucas de Gálvez y el San Benito. En los Portales de Granos se admiraba una ciudad limpia, sin ambulantes.

El Gobernador izó el lábaro patrio y luego tomó su lugar en el presidium desde el que entonó el Glorioso Himno Nacional Mexicano en su versión resumida. Después cruzó la Plaza Principal hacia el Palacio del Ejecutivo.

A medio camino lo asaltó una señora para pedirle un favor. La atendió. Le prometió que su asunto sería resuelto. Caminó un poco más y lo llamó a voz en cuello un hombre.

—¡Señor Gobernador! ¡Me pongo de rodillas para pedirle que por favor ayude a esta familia que necesita láminas de cartón—-!

—Los ayudamos, claro, con gusto —respondió Vila Dosal.

—¡Siga usted trabajando por Yucatán! —se despidió aquel hombre y el mandatario entró al Palacio de la 61 a entregar la Medalla al Premio Estatal del Deporte 2020.