Por Raúl Asís Monforte González
Mérida, Yucatán, 25 de febrero de 2021.- Por lo general damos por sentado que contamos con ella incondicionalmente. A veces no tenemos ni idea del modo en que llega hasta nosotros o cómo es que se nos entrega tan fácilmente, al menos en apariencia. Desconocemos quién concibió y bajo qué criterios, el camino que sigue para que podamos recibirla donde la necesitamos, o si tuvo que tomar rutas alternas para abrirse paso a nuestro encuentro.
Es joven, inquieta y a veces hasta un poco veleidosa. Para quienes hoy la tenemos a la mano, podría resultarnos muy difícil imaginar como era la vida sin ella antes de conocerla por primera vez, hace solamente 130 años. Me refiero a la electricidad, ese gran descubrimiento que tendría que equipararse en importancia, aunque no en edad, a otros de los más disruptivos avances que ha conseguido el ser humano a lo largo de la historia, como el haber inventado la rueda, descubierto cómo generar fuego, o desarrollar la agricultura.
Actualmente, el sistema eléctrico de cualquier país del mundo, está compuesto por cuatro elementos fundamentales: plantas de generación, líneas de transmisión, redes de distribución y puntos de uso o consumo.
Pero hoy, los sistemas eléctricos necesitan involucrarse en un profundo proceso de transformación que ya está en marcha, y se ha llamado transición energética. Este modelo va mucho más allá de una simple sustitución de activos de generación basados en la quema de combustibles fósiles, por otros que se valen de fuentes limpias y renovables. Es una transformación que está motivada y fundada en poderosas fuerzas, que incluyen los efectos del cambio climático, riesgos ambientales intolerables y avances tecnológicos tan veloces como sorprendentes en el ámbito de las energías renovables. Así ha sido siempre a lo largo de la historia de la humanidad, prácticamente todos los sistemas tecnológicos existentes, han sido moldeados por las grandes fuerzas transformadoras que tienen su origen en situaciones económicas, culturales, o políticas.
Las economías de escala fueron el cimiento sobre el que se construyó la industria eléctrica como la conocemos hoy, que permitió aprovechar las grandes ventajas que en su momento tuvo este modelo, con una estructura centralizada e intensiva en capital. Pero mientras esto ocurría, muy pocos podían estar conscientes de la dramática caída que vendría en los costos de las tecnologías solar y eólica, o incluso la del gas natural, que hoy repentinamente están socavando el principio organizacional fundamental de la industria eléctrica y están ocasionando que este modelo se enfrente a una rápida extinción.
La estructura centralizada tiene que ceder el paso a esquemas donde los recursos energéticos distribuidos serán el corazón de los sistemas eléctricos de hoy y del futuro, con generación, almacenamiento, y gestión inteligente en el sitio mismo donde está la demanda, o muy cerca de ella, con usuarios realmente empoderados que sean capaces de producir, intercambiar o comerciar su energía entre iguales. Este es un modelo disruptivo, socialmente equitativo, viable en lo económico e indispensable para aquellos que buscamos definir el camino hacia un nuevo futuro energéticamente limpio.
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