“Los diarios de Andy Warhol” es la serie que se puede ver en la plataforma, un documento que va más allá del arte
Por David Tovilla
Mérida, Yucatán, 31 de mayo de 2022.- «Fui a saludar a Muhammad Ali y le dije hola, pero me miró inexpresivo. No parecía acordarse de quién era yo ni de que nos conocimos en su campo de entrenamiento de Pensilvania. Sus acompañantes, los que le dicen quién es quién y qué es qué no estaban con él. Estaba comiendo solo. Me dio vergüenza y me alejé. […] Kissinger me dio la mano, pero se la daba a todo el mundo. Los hombres de Ali me reconocieron y me preguntaron si había hablado con Ali. Yo les mentí y les dije que no», relata Andy Warhol en sus Diarios.
El libro, publicado en 1989, no lo escribió el artista. Es resultado de la interacción con su asistente: Pat Hackett, a quien Warhol llamaba por teléfono, con disciplina, por las mañanas para contarle lo que deseaba. Algunas conversaciones eran grabadas; en otras, ella anotaba. Cuando era posible, se juntaban a revisar los apuntes.
No hay un hilo narrativo o un estilo de redacción específico. El texto sigue el interés por documentar qué hizo, en dónde estuvo, con quién. Por eso se incluyen hasta cifras de los gastos del pago de los taxis utilizados en los recurrentes traslados. No siempre se incluye un contexto. Tampoco tiene un índice de nombres. Decidirse a leer los diarios es como lanzarse en una lancha en un estrecho canal de un manglar. Ver a un lado y otro; distinguir muy próxima o algo retirada la fauna que ahí convive, en este caso la vida en Nueva York de 1976 a 1987.
Warhol casi muere de un atentado en sus propias oficinas. De ese episodio, surge la idea de formalizar un documento testimonial. Fue acertado porque su fallecimiento ocurrió de manera inesperada. Así, los Diarios presentan una enumeración cronológica en donde el lector desprende los datos que son de su interés.
Por momentos, llega a ser monótona la estructura del tipo: «Llamé a Bianca y me dijo que fuéramos inmediatamente a casa de Halston. Fuimos y cuando llegamos ya estaba allí el encantador doctor Giller. Fuimos en taxi a ver Fiebre del sábado noche (3$) y al llegar nos encontramos que no había entradas. Fuimos a otro cine donde también la ponían, pero también estaban agotadas (taxi 3$). Entonces decidimos ir a ver la película de Buñuel Ese oscuro objeto del deseo (entradas 14$, palomitas 4$). Era muy buena, mucho más moderna que sus primeras películas».
Es acudir a la lista de rutinas de una intensa vida social. Muchos nombres y anécdotas con artistas, deportistas, políticos, cantantes. A veces, sin mayor profundidad, pero con una valiosa franqueza: «El negocio de las subastas está en pleno apogeo. Yo no podía con todos los catálogos que llevaba en la mano. De todas formas, esos sitios de subastas son una trampa. Sólo sacan las cosas que no logran vender y al final llega un incauto, porque cada minuto que pasa nace un incauto. Me gustaría pensar en esa frase: “Cada minuto que pasa nace un incauto”».
O bien un vaticinio que no atinó: «Estaba Anna Wintour, la amiga de Catherine Guinness, con Michael Stone. Al principio no recordaba su nombre. Pero luego me acordé. La han contratado en el New York Magazine para que se ocupe de la sección de moda. Quería que la contratásemos en Interview, pero no lo hicimos. Quizá fue un error porque necesitamos a alguien para moda. Pero no creo que ella sepa nada de ropa porque viste fatal».
Wintour, en efecto, llegó en 1975 a la industria editorial, pero se quedó casi por cincuenta años. Hasta ahora, es la directora de contenido mundial de Vogue Magazine y el grupo Condé Nast.
El último apunte de los Diarios está fechado el 7 de febrero de 1987, sin mayor trascendencia. El día 21, Andy fue operado de la vesícula. A la mañana siguiente, habló con algunos amigos. Horas después, el hospital informó de su muerte. Este 2022, al cumplirse treinta y cinco años de su inesperada partida, Netflix presentó el documental Los diarios de Andy Warhol, miniserie de seis capítulos.
¿Cuál es el mérito de este nuevo audiovisual? En los Diarios, el lector se pierde en tanta palabrería y eso que la autora dice haber depurado eso dentro de veinte mil páginas totales. Netflix recupera algunos ejes temáticos y los expone con claridad. No reitera en lugares comunes. Hurga en las anotaciones para sacar a luz aspectos personales, incluido el fervor religioso, de alguien que se distinguió por su hermetismo.
El documental presenta muy bien la faceta del Warhol magistral en dar a consumir lo que desea, capaz de construirse una personalidad. Con tal éxito que la mayor parte de las referencias hacia él consisten en lo que quiso se supiera: La máscara que construyó.
También logra que se vea el múltiple campo de acción del creador. Warhol se hizo universal con sus cuadros de Marilyn Monroe y la sopa Campbell, pero muchos de los rasgos culturales de la actualidad fueron tocados por él. Creó la revista Interview con un modelo de periodismo social; realizó cine experimental, trabajó producciones para MTV, experimentó en el modelaje, por mencionar algunas actividades.
Fuera del morbo de las parejas del artista, lo más revelador del documental de Netflix es mostrar la soledad y la tristeza subyacentes en un estruendoso mundo artificial. Muestra al genio que supo anticiparse a las expresiones de la comunicación masiva del siglo XX, en medio de la reserva y el silencio de sus sentimientos.
Gran trabajo el presentado porque, después de ver la miniserie, el espectador sí se queda con elementos concretos, frente a la versión impresa de los Diarios con demasiadas pistas en infinidad de direcciones.
Con la serie, sin duda, el interés por las distintas ediciones de los Diarios resurgirá. Sin embargo, para acercarse a Andy Warhol a través de la lectura es más recomendable conseguir un libro concebido con ese objetivo: Mi filosofía de la A a la B y de B a la A. Aunque fue elaborado con el mismo procedimiento de conversaciones telefónicas con Pat Hackett, el resultado es muy diferente.
Este es Wharhol en Mi filosofía…: «Realmente no me importan tanto las “Bellezas”. Lo que realmente me gustan son los Conversadores. Para mí, los buenos conversadores son unas bellezas porque lo que adoro en realidad son las buenas conversaciones. La palabra misma demuestra por qué prefiero a los Conversadores a las Bellezas, por qué grabo más que filmo. No se trata de “chácharas”. Los conversadores hacen algo; las Bellezas son algo. Lo cual no tiene por qué estar mal, pero simplemente no sé lo que son. Es mucho más divertido estar con gente que hace cosas».
«La belleza no tiene nada que ver con el sexo. La belleza tiene que ver con la belleza y el sexo tiene que ver con el sexo».
Bien por este trabajo de Netflix que contribuye al conocimiento de un protagonista esencial para el arte contemporáneo.