Por Rafael Gómez Chi
María Candelaria Chab Padilla tenía miedo de hablar con la prensa. Junto con su esposo, Alonso Puc Bacab, está a punto de perder su casa por un préstamo de ocho mil pesos que recibió de una de sus vecinas y debido a la desesperanza que siente, parece no confiar en nada ni en nadie.
La angustia ha llegado a niveles en los que tanto ella como su esposo confunden el tiempo. No saben con exactitud cuando ocurrieron las desgracias naturales de los huracanes Gilbert e Isidoro, de modo que les cuesta trabajo reconstruir la historia del por qué están a punto de perder su patrimonio.
Los esposos ya han hablado con otros periodistas a los que han recibido en su hogar en la colonia Emiliano Zapata Sur III, pero ayer tenían miedo. “Es que hemos recibido amenazas”, dijo María Candelaria. “Yo tengo miedo de salir con mi triciclo y que me atropelle”, espetó Alonso.
Fue necesaria una llamada telefónica con el abogado defensor para que pudieran hablar con el cronista y contar su historia.
Alonso ofreció una silla de madera al periodista. La colocó junto a un pozo, al lado de una mata de ciruelas, frente a la habitación donde empezó todo.
—Hace 10 años mis hijos empezaron a parar los muros de la casa, íbamos a poner el techo, pero nos faltaba dinero; se lo íbamos a pedir a una muchacha que siempre nos prestaba, pero la señora Marcela nos oyó y por la amistad nos dijo que nos iba a dar los 8 mil pesos y le íbamos a pagar mil mensuales, sin intereses, por la amistad —empezó a contar María Candelaria.
Usaba un cubrebocas azul con una flor bordada en la mejilla derecha. Sus ojos se movían de un lado y de otro. Llevaba chanclas. Alonso estaba sentado detrás de la mujer, en un bloque de concreto, con las manos entrelazadas, el cubre bocas negro, una gorra de la campaña electoral pasada y la vista al frente, sin ninguna expresión.
—El préstamo se hizo así porque mi esposo es discapacitado y de acuerdo a su pensión, que ya llegó a 925, porque era de 470 pesos, dijo que con eso sí lo podemos pagar.
La pareja comenzó a vivir en ese lugar en julio de 1988 y en septiembre de ese año lo pasaron muy mal con el huracán Gilbert. “Era de cartones y tuvimos que ir a resguardarnos con una vecina”, dijo. El terreno mide 16 metros de frente y en el fondo tiene 43 metros de un lado y 41 en el otro.
María Candelaria quiebra la voz antes de proseguir con el relato.
—-… de acuerdo… quedamos así… Luego su hijo (de la señora que les dio el dinero) se quita la vida al día siguiente y vino a vernos porque quería que mi hijo cambiara la declaración que había dado a la policía, quería que dijéramos que la nuera lo había hecho, le dijimos que no, que no podíamos hacer eso, y nos dijo que lo íbamos a pagar.
En su relato la señora comentó que sucedió lo del huracán Isidoro en el 2002 y que incluso recibieron apoyo del Fondo Nacional de Desastres, pero que en el mes de noviembre de ese año su esposo recibió un dinero, suficiente como para hacer el primer pago de los ocho que acordaron, sólo que no se los quisieron recibir.
—Llegó diciembre y volvimos a llevarle el dinero, lo mismo en enero, pero como no lo aceptaba, preguntamos entonces a quién se lo habríamos de dar, cosa que no nos contestó. La señora dijo que si a un perro le pasaba encima una camioneta y no le pasaba nada a ella, lo mismo podía hacer a una persona… Y le dije a mi esposo que lo deje así.
Transcurrieron los años hasta que en el 2012 se les presentó “un licenciado” que les dijo que la deuda era de 80 mil pesos y que además su casa ya estaba hipotecada.
—¿Y cómo fue que pudo hacer eso?
—Porque vino a pedir los papeles por la división del terreno y mi marido se lo dio, hasta le dije que por qué los había entregado, pero como no vimos nada de malo, pues no dimos mayor importancia. Al día siguiente vimos a un licenciado, habló con ella, y regresó y dijo que no se puede hacer nada, porque los papeles llegaron al catastro.
María Candelaria vuelve a perder la ecuanimidad. Sus ojos enrojecen. Cuenta el amargo pasaje de la cita en los juzgados y el encuentro con la Defensoría Legal.
—Esa vez citaron a mi esposo y fue y dijo que no debe el dinero, luego me citan a mí, me preguntaron con quien vine y dije que con mi esposo, pero me dijeron que sea con un asesor, que suba a ver si hay un asesor, una mujer joven me preguntó qué deseaba y le expliqué. Pero que ya era el último día y que debía buscar rápido aunque sea a un pasante de Derecho para enfrentar el citatorio.
Relató que una de sus sobrinas los contactó “con el licenciado Brito” y en eso estaba cuando rompió en llanto. “¡Con cuánto sacrificio paramos la casa, este cuartito lo paramos cuando el huracán Isidoro!”.
El cronista pregunta por el señor Alonso. “Mi esposo, Alonso Puc Bacab, recibió una descarga de alta tensión”, responde.
—¿Cuándo y en dónde fue eso?
—Fue en 1991 —responde Alonso—, dándole mantenimiento en las caleras de Mitza y me pegué a 440 voltios. Me incapacitaron de por vida, pero ahora busco qué hacer, chapeo. El problema está en mi cabeza que no sé si me voy o vuelvo. De la pensión sólo me dieron el 35 por ciento, no lo que debía ser el ciento por ciento porque fue un accidente de trabajo. Ahora alcanzo 910 pesos mensuales y ahora que dieron ayuda por el Coronavirus, no me tocó nada, ni un centavo.
El matrimonio tuvo cuatro hijos, dos varones y dos mujeres. Con ellos vive una de sus hijas con uno de sus nietos.
—Cuando le entregué los papeles de la demanda al licenciado dijo que era un caso muy difícil, pero no lo entiendo, pienso que como ya lo metió un escribano al Catastro, podré perder mi casa; el abogado me dijo que lo ve difícil y que lo iban a analizar.
La señora que les dio el dinero se llama Marcela Kumul Canché. “Vivía a dos esquinas de aquí, pero prefiero no decir nada de ella. No me gusta hablar mal de nadie, ni de ella. Nosotros sólo firmamos una hoja, se hizo por amistad, pero su hijo se mató y quería que acusáramos a la nuera. Fue algo muy terrible para mi eso. Vivimos un dolor muy grande porque era un buen muchachito su hijo y no sé si ese dolor la cambió, porque es muy duro perder un hijo. Aunque quisimos hablar porqué nos hacen las cosas y nunca nos hemos negado a devolver su dinero, no nos hace caso. Yo tengo temor en Dios”.