El intemporal y dulce olor de la caca

Antes y ahora, ese olor sigue inundando de cercanías y lejanías. Ayer fueron los chiqueros, hoy son las granjas

Por Itzel Chan

Mérida, Yucatán, 18 de enero de 2022.- Antes y ahora, sigue oliendo a caca.

Las flores y el monte tienen en común mi pasado y mi presente.

Las lantanas de diversos colores que salen de manera caprichosa en medio de ese mar de verdor, le dan vida a mis pasos.

Hay caminos blancos que parece he recorrido en vidas pasadas.

El canto de los pájaros me regresa a mí aquí y mí ahora… me recuerdan que respirar es parte de la magia de existir.

Las piedras en el transitar rememoran mis años camino a cualquier iglesia.

Todo es bello, excepto una cosa: el olor.

El olor a granjas cercanas es insoportable. Huele a estiércol seco combinado con ambición y necesidad.

‘El chiquero’, lo recuerdo bien, así le llamaban mi abuela y mi abuelo a ese espacio en donde criaban cerdos que podían vender en Navidad, Año Nuevo o para algún festejo de cumpleaños, XV Años o boda del pueblo.

Allá, de donde yo tengo la referencia de estos espacios, se acostumbraba a que los cerdos estuvieran en un área acondicionada en forma rectangular, a veces bastaba un alambrado improvisado para demarcar la zona.

Como piso tenían sólo la tierra húmeda y negra, elementos grandiosos para después sumar y que se convirtiera en lodo espeso y chocolatoso.

Los cerdos, por muy claros de que color que fueran, siempre terminaban siendo grises cuando el lodo formaba una capa en sus lomos y se secaba hasta durar meses.

Siempre les tuve terror. No me gustaba la forma de sus rostros. Sus hocicos pronunciados me hacían temblar y huir, aunque pareciera que eso les incitaba a reaccionar y gritar como cuando un cuchillo entra a sus gargantas, así que el ciclo se volvía todavía más complicado.

A veces me tocaba darles de comer y era una verdadera odisea. Confieso que una que otra ocasión les aventé sus alimentos como a dos metros de distancia de sus bocas, nunca me cercioré si lograron acercarse hasta ahí o los pájaros y gallinas hicieron de las suyas antes de que eso fuera posible.

Ahora ya no están los chiqueros a la vista. No están en mi patio ni en las casas de vecinas o vecinos, pero sé que existen granjas y el olor me indica que cada vez son más grandes.

Se siente como si estuvieran a menos de un kilómetro de casa.

Las personas de los pueblos aledaños se quejan y hacen denuncias hacia un espacio vacío. Dicen que sus cultivos se mueren porque el suelo, el agua y el aire presentan contaminación.

Contrario a que hagan efectos los amparos en los que solicitan suspensión, en sí pareciera que funcionan más como promoción, pues cada vez se suman sucursales de diversas empresas en las que producen hasta más de 40 mil cerdos.

Es así que en mi antes y después, el olor a mierda de cerdo sigue presente, como si fuera un factor común en mi línea del tiempo.

Un día dije: “Cholul me recuerda al rancho en Tabasco, sólo que con casas más bonitas” y él respondió: “Recuerda, la caca huele igual en todas partes”.

Aquí es bonito, es de repente como ver el antes y el después del desarrollo inmobiliario… es como ver en una cápsula lo que hemos perdido o lo que hemos ganado.

Las ventanas aquí son puertas al cielo, las golondrinas buscan refugio en las hendiduras de nuestra memoria y las calandrias anhelan resguardo en los pies de quienes habitan por los rumbos.

Hay mapaches, cerditos salvajes, aves de diversos colores, zorritos, tlacuaches, ardillas y otros animales que tocan las puertas de las casas en cada amanecer.

Todo es hermoso, menos el olor a caca de cochino.