«Los hombres son más miedosos que las mujeres»: crónica de un día de vacunas

El cronista cuenta cómo le fue al vacunarse en la sede del 11 Batallón de Infantería. Ágil, rápida, eficaz y segura la aplicación

Por Rafael Gómez Chi

Mérida, Yucatán, a 14 de junio de 2021.- La mujer soldado dio la orden de retirarse y, en un chasquido, las tres filas de personas se levantaron con la precisión militar de un desfile. El cronista sentía el brazo izquierdo con un ligero entumecimiento, como cuando duermes de costado y despiertas con un calambre, pero nada más.

—Le van a poner la Sinovac —había dicho la mujer después de tomar el registro.

—¿No era la AstraZeneca? —preguntó el periodista.

—Sinovac, señor, es igual de buena… Cuando salga y baje la rampa, por favor, en la puerta negra.

Un día anterior, el domingo, el cronista se presentó pero las vacunas ya se habían agotado en la zona militar. Y el día después, el lunes, a punto de salir de su casa se soltó el aguacero. Una lluvia fuerte, con viento.

En la zona militar, donde está la puerta del 11 Batallón de Infantería, el acceso fue fácil, rápido, sin preguntas de ningún tipo que no fuera el motivo de la vacuna.

—Siga hasta el poste negro, al fondo, allá le indican —dijo aquel hombre con su chaleco azul que decía “Ayuntamiento de Mérida”.

—De este lado, señor, siéntese aquí —ordenó la mujer. Otra pidió que escucháramos atentos la grabación de las indicaciones pertinentes y al cronista se le quedó la advertencia que dice “se recomienda evitar la ingesta de alcohol por tres días”.

Al cabo de la explicación pertinente, el cronista ingresó, junto con un numeroso grupo de personas, a un salón donde tomaron el registro. La mujer que lo atendió hizo hasta la pregunta del embarazo, aunque luego esbozó una pequeña risita mientras se susurraba a sí misma “qué pregunta, si no es mujer”. El periodista rió de buena gana.

Salió de aquella habitación, bajó la rampa, cruzó un pequeño camellón y una mujer joven le proporcionó gel y preguntó si era la primera dosis. Se le dijo que sí. “Por favor en la puerta del lado derecho”.

El salón era como un pabellón de esos que observas en las películas de terror con hombres y mujeres con chalecos azules, cafés con rayas guindas y otras personas vestidas de blanco. Las enfermeras no llevaban sus características cofias, en vez de eso, portaban una malla en sus cabezas, como cuando los cocineros guisan los alimentos. No había mucha gente, creo que ni siquiera cincuenta personas.

—¿Qué brazo usa menos? —preguntó, afable, cordial y sereno, casi con parsimonia, el joven que se acercó blandiendo la jeringa como caballero de los de lanza en astillero, solo que éste no era ni de complexión recia ni seco de carnes.

—No lo sé, no me había preguntado eso —respondió el periodista alistando el hombro izquierdo, pero no porque ahí lo deseara en automático, sino porque el joven se había colocado precisamente a la siniestra.

En una micra de tiempo en la mente del cronista se asomó el diálogo que había escuchado minutos antes en el otro salón. “Los hombres son más miedosos que las mujeres”. Es lo que había comentado una señora a otra cuando esperaban el registro.

—Le pondré alcohol y sentirá un piquetito —esbozó aquel joven y el cronista ya tenía la mirada en otra parte.

No hubo dolor. Un entumecimiento extraño abordó por el hombro izquierdo esa parte del cuerpo mientras el enfermero colocaba un algodón en forma de cuadrito para evitar el sangrado, pero se cayó a los pocos segundos.

—Pase por acá, siéntese ahí, señor, si me hace el favor —ordenó una mujer.

—Van a esperar diez minutos por si tienen alguna reacción, si se sienten mal levanten la mano y enseguida serán atendidos —dijo otra, siempre suave con sus palabras.

La misma mujer que dio la orden de sentarse pasó con una bolsa de nylon a recoger los algodones. Un señor detrás del cronista subía a las redes sociales su selfie.

—¡Usted es de lo míos! —se escuchó decir a la mujer.

Había música en el salón, pero hasta ese momento el periodista no se había dado cuenta. “Don´t believe me, just wacht”, era el coro de Uptown funk. “Vaya, menos mal que no hay reggaetón”, pensó.

En eso vino la mujer soldado a ordenar que saliéramos por la puerta de la derecha. Afuera la brisa fresca golpeó la cara con el cubrebocas del cronista. No hacía sol. El día estaba nublado, como para una taza de chocolate con galletitas.