«Vengan, aquí está su oportunidad de ganar»: Jorge Carlos Ramírez Marín, precandidato del PRI para Mérida

Por Rafael Gómez Chi

Jorge Carlos Ramírez Marín se desgañitó. “Sé que voy a ser Presidente Municipal de Mérida. ¡Vamos a hacer nuestra esta ciudad! No se trata de recuperar, porque no es de nadie, debe ser de todos, ese es el error de los que hoy gobiernan. No, esta ciudad es de los meridanos, vamos a devolverles Mérida a los meridanos, ¡de eso se trata!”.

Apenas entregó su carta de intención para ser precandidato a la Alcaldía de Mérida por el Partido Revolucionario Institucional dejó escapar al Demóstenes que habita en él desde sus épocas universitarias.

Un discurso directo a los priístas, a todos, a los que se quedaron y a los que se fueron. Pero también un mensaje claro de lo que pretenden: ganar la capital de Yucatán.

—A los amigos que se fueron, con justicia o sin ella, han decidido dar un paso de costado, pero que quede claro, que Jorge Carlos Ramírez Marín no tienen agravios. Tengan la seguridad de que son siempre nuestros amigos, los respetamos y muchos son gente a la que queremos, para ellos mi mensaje es uno solo: vengan, aquí está su oportunidad de ganar, vengan, hacemos un equipo para ganar, no para participar. ¡Haremos el equipo que transforme la ciudad y tienen que ser parte!

En los altavoces, Mijares competía con el maestro de ceremonias. “Uno entre mil, yo ganaré….”, se oía cuando Jorge Carlos entró arropado por los fotógrafos como cuando miras una nube de polvo en el horizonte. “Siempre observar la sana distancia y el cubrebocas en todo momento”, decía el presentador. Pero pocos fotoperiodistas le hacían caso.

—Gracias, gracias, amigos —dijo el Gordo a manera de saludo con una ligera ola de aplausos.

—Muchas gracias, muchas gracias amigos, amigas… Hoy no voy a hablarles de Mérida. Hoy voy a hablarles de mí, de ustedes y de nosotros. Se pueden ustedes preguntar cuántas veces me dijeron por qué el senador va a jugar la Presidencia. Toda clase de comentarios, desde preguntarme hasta advertirme seriamente.

Frente a él, en el teatro de la Casa del Pueblo acomodados unos 150 priístas. En primera fila, al lado del diputado Marcos Rodríguez, estaba Víctor Caballero Durán con un semblante sereno, flaco, pero no enjuto. Hacia el pasillo, el empresario Jorge Habib Abimerhi, suplente del senador. “Maare, vas a ser senador”, le dijo el cronista al saludarlo.

—No es la hora de exigir reivindicaciones, es la hora de la batalla, ¿o es que quieren dejar paso a los que ni siquiera quieren darle la oportunidad de la gente?

—No hay que dejarles Mérida a los que están encerrados en sus casas. La solución no es quitarle nada a nadie, sino crear oportunidades a todos y su ciudad es la primera responsable. A esos amigos les digo, vengan, aquí está el equipo con el que podemos hacer que las cosas cambien. Se trata de dar un paso al frente, entrar con dignidad, buena fe, conquistar a la ciudadania como estoy seguro que podremos hacerlo.

—No nos detendremos por el calculo político, porque esta es una oportunidad soñada, y en los sueños tantas veces he visto esa Mérida donde una niña puede tener una computadora y una madre puede dejar a los hijos seguros, tantas veces lo he soñado que no perderé la oportunidad y no nos van a parar que Mérida sea para todos.

Sostenido del atril con una mano y acompañado por Pablo Gamboa Miner y Gabriela Cejudo Valencia, precandidatos de los distritos federales III y IV, con sede en Mérida, Ramírez Marín llegó justo al mediodía para su registro.

—Yo sé que en la política convencional, en lo más tradicional en la lógica de lo tradicionalmente lógico, lo mejor es guardar las canicas. Los políticos, lo que hemos hecho es eso, guardar las canicas, reservarnos, calcular. Si estás en un cargo no corras riesgos, deja las cosas como están, para qué componerlo, échale la culpa al otro, mejor deja que la sociedad llegue a un extremo de desesperación para que cada vez te necesite mas.

—Bendito sea Dios, y haber nacido donde nací, lo que menos soy y menos quiero ser, es ser un político tradicional, no lo acepto y nunca lo voy a ser. No se trata de calcular beneficios. A finales de año nos advertía un medio si no pasamos a tomar acciones, la sociedad cambiará hacia donde no queremos. Es hora, estimados amigos y amigas, de demostrar que todavía podemos conducir a esta sociedad, mostrar futuro, por eso estoy aquí, no para hacer mi cálculo, sino porque efectivamente lo más lógico es quédate tranquilo, callado, y en tres años te van a necesitar, pero me hice la pregunta ¿y en tres años con quién voy a estar? Los que me necesitan hoy, ¿qué les voy a decir si preferí guardarme y quedarme sentado porque me ha beneficiado?.

Había priístas acomodados a su debida distancia detrás de él sosteniendo carteles con el apellido de su madre “Marín” y abajo decía “Mérida”, cosa que llamó poderosamente la atención del cronista, que observaba sentado en la lejanía adecuada, como aquella veladora que ni tanto quema al santo ni tanto que no lo alumbra.

—Yo garantizo que el ánimo no es destruir ni desquitarnos de nadie, no venimos a cobrar agravios, venimos a construir el futuro, porque queremos esta ciudad y queremos que sea la ciudad igualitaria que todos merecen. No hay venganzas ni agravios. Y si alguien los podría reclamar sería yo mismo. La política es para participar, cambiar las cosas, no me iba a sentir satisfecho haciendo simplemente mi trabajo de senador mientras se pierde la oportunidad de proponer como cambiar la vida de muchas personas, de los que no pueden estudiar sin una computadora, de mujeres que no pueden salir a ganarse la vida, si no hay ningún apoyo. Cómo ver la cara de quienes sus hijos no tienen comida segura si me niego a ser parte del cambio, de ninguna manera.

El Gordo sudaba. Sudaba tanto que cuando el cronista le dio una palmada en la espalda se mojó la mano. Sudaba tanto que sus asistentes sostenían un ventiladorcito que apenas alcanzaba a refrescarle el rostro mientras lo entrevistaban o lo saludaban.

No se propuso hablar de Mérida. “¿De qué Mérida les hablaría?”, les preguntó a los asistentes que, en una especie de silencio, consentían sus palabras. “La que recorría con los pies descalzos hasta que la planta del pie quedaba como una melcocha. La que de Santa Ana al centro era mía. O la que me vio regresar de la universidad caminando en la noche, o la que conocí cuando mi madre daba clases acá cerca, con el olor de la galletera Palma que se sentía hasta la casa en Santa Ana. O la del niño que compraba figuritas. O aquella Mérida que esperaba programas como Solidaridad y hacia calles sin fijarse de que color es su casa. O les hablo de esa Mérida que recorremos cada vez que hacemos campaña y después apenas logramos mover un poquitito. Les hablaría de todas esas Méridas y me pertenecen. Mérida no es el lugar donde vivo, es mi pasión, mi vida. Sé cómo huele Itzimná, Santa Rosa o el centro. ¡Sé lo que tengo que hacer para cambiar las cosas!”.

Para él, es necesario saldar las deudas con las comisarías y hacer una ciudad con futuro. “Vamos a defendernos de quien venga a imponernos obras sin el aval de los ciudadanos, nadie debe arrebatarnos el derecho de tener esta ciudad. No solo creo en mí mismo, por encima de todo creo en Yucatán, no hay egoísmo posible, en lo que se necesite hay que estar”.

—Cuando me dicen que es una apuesta del Gordo digo no, no es una apuesta, es una decisión tomada, porque cuando te llaman no puedes decir no si estas comprometido y no es el PRI el que me llama, sino esta ciudad, ¡de eso se trata!.

Levantó los brazos y arrojó una sonrisa. Jaló hacia sí a su esposa y de soslayo miró a uno de sus hijos. En las bocinas la música se soltó lo que pareció ser un tema de campaña mientras el cronista daba gracias a Dios por una sola cosa: la ausencia del escándalo innecesario de la batucada. (Fotografías de Omar Alejandro Ruvalcaba)