Crónica de un día que acumuló más de diez mil pasos

septiembre 15, 2020

Por Rafael Gómez Chi

El camión de la 42 Sur se detuvo justo frente a la efigie de Allende. La banqueta del parque de San Cristóbal aún estaba resbalosa a causa de la lluvia del día anterior, de modo que el cronista y los demás pasajeros tuvieron que caminar con cuidado para evitar la caída.

El paradero original de esa ruta se ubicaba en San Benito, de modo que sólo se alejó exactamente dos cuadras en este nuevo esquema de movilidad. “Al menos, no nos fue como a otras rutas del norte o del oriente”, pensó el cronista que ya empezaba a caminar con rumbo a la catedral para cubrir la primera misa en seis meses de pandemia.

Eran las ocho y cinco de la mañana. Ya iba tarde a la ceremonia litúrgica debido a que el camión de la ruta 42 Sur Cielo Alto había tardado demasiado y no había cubierto el trazo original porque, según el conductor, ya no tenía caso, el cupo estaba lleno.

A esa hora de la mañana, dos trabajadoras sexuales habían iniciado sus labores. “Vamos al cuarto, papi”, dijo una de ellas al cronista, tocándolo suavemente del brazo. “Anímate, vamos al cuarto”, dijo otra, un par de metros más adelante, a mitad de la calle 69 entre 52 y 54.

Los charcos de agua de la noche anterior habían desaparecido, pero quedaban algunos cúmulos de agua en el asfalto.

El antiguo Portal de Granos estaba vacío de ambulantes, pero con los comercios aún cerrados. El tráfico de automóviles particulares en la curva de la calle 56, al rodear el viejo edificio de correos convertido hoy en Museo de la Ciudad, era casi nulo. No veías a nadie estacionado ni obstruyendo el paso, como sucedía antes. Y la calle 65 estaba libre, sin conos, de modo que ahí sí se podía circular en dos carriles, aunque los conductores yucatecos parecen desconocer eso.

Unas pocas tiendas habían abierto. En las esquinas, el personal del Gobierno del Estado, con sus chalecos verdes, ofrecía volantes “para ubicar los paraderos”. Pero pocos ciudadanos les hacían caso, la inmensa mayoría caminaba sin mostrar emoción alguna, como autómatas.

—Vamos, bórrame ese mal recuerdo —bromeó el cronista con los asistentes que tomaban la temperatura al entrar a la Catedral.

—Por acá, señor, siga esa fila —ordenó uno de ellos.

El templo lucía más vacío de feligreses que de políticos, funcionarios y reporteros. En primera fila la secretaria General de Gobierno, María Fritz Sierra, y el alcalde Renán Barrera Concha, parados, en silencio. No se sabía si miraban el púlpito, a Nuestra Señora de Yucatán o al Cristo de la Unidad. A lo mejor Renán sí miraba al Cristo de la Unidad y doña María no o viceversa, pero eso es algo que jamás sabrá el cronista que tomó su asiento de siempre, el que por años, cuando acudía a cubrir las misas dominicales ocupó, en el costado izquierdo del altar donde oficiaba el arzobispo Gustavo Rodríguez Vega.

—Disculpa, ¿ese señor que está hablando quién es? —preguntó un despistado camarógrafo a una reportera que se le quedó mirando con cara de “¿es neta, güey, lo que me preguntas?”. Uno que trabaja en los medios de comunicación da por sentado que todos los que se dedican a esto de la comunicación deben conocer al menos a las principales figuras públicas, de modo que aquella pregunta resultaba un tanto insólita.

—Esto no es un castigo de Dios, pero sí una gran oportunidad para volver a Dios, una gran oportunidad para reconsiderar el valor y el respeto de nuestra casa común, la naturaleza —decía el prelado en su mensaje, alzando la voz, como queriendo subrayar de más la frase que la prensa anotaba o grababa puntual.

Acabada la misa, el alcalde dio una rueda de prensa de menos de tres minutos en la puerta del costado derecho, por donde se sientan los menesterosos a pedir unas monedas, mientras a dos cuadras de distancia estaban descargando de unos camiones las vallas metálicas con las que cerraron el primer cuadro por la noche para evitar que la gente acuda a la ceremonia del Grito de Independencia.

Tres reporteros y una reportera que había cubierto la misa decidieron ir a desayunar, pero no encontraron nada abierto hasta que caminaron con rumbo de la calle 62 y se toparon con que el hotel Colonial sí estaba dando el servicio. Había turismo nacional ocupando el inmueble, ajeno a las quejas de los habitantes de estas lajas por las nuevas disposiciones de movilidad y por los paraderos; ajenos al tráfico que se embotellaba en las calles que circundan al primer cuadro de la ciudad porque todo aún es novedad y la costumbre vendrá después.

El cronista habría de recordar los comentarios del reportero Óscar Hernández, que trajo a su memoria hace unos días que en Morelia, su ciudad natal, hicieron lo que ahora en Mérida hace unos 20 años y las autoridades, que eran emanadas del PRI, perdieron la elección, en un gran costo político.

¿Habrá un costo político ahora? El cronista está seguro que sí, pero aún no se atisba el tamaño, porque los tiempos han cambiado y las monedas ni siquiera están en el aire.

Pero en tanto se asume el costo político, la ciudad anda sumergida no sólo en agua de lluvia, sino en decenas de memes que satirizan el momento y reducen las decisiones de las autoridades a meras burlas. Se trata del escarnio y del enjuiciamiento en una imagen de la gente brincando los charcos o de los conos que parecen caminar bajo las travesuras de Chaac, el dios al que no le consultaron mientras alejaban mi paradero.

Caminas en el Centro Histórico mientras el contador de los teléfonos celulares inteligentes suma y suma los pasos y de pronto tenemos que todos nos hemos vuelto marchistas como aquellos mexicanos que se hicieron famosos en los juegos olímpicos.

Pero esto de caminar para nosotros es nuevo en nuestro hábitat, no así para los que vienen de paseo, como aquellas personas de Tijuana que el cronista encontró descansando en una banca del parque de los Hidalgos.

—¡Es hermosa su ciudad! —dijo la señora, sudorosa, pero admirada, feliz, plena de haber conocido la cochinita pibil y luego de haberse refrescado en un cenote de Cuzamá, según su relato.

Y es así que por entre incordios, charcos y memes, los yucatecos y las yucatecas intentan dar un giro de 180 grados a su vida urbana, tan asediada por causa de la pandemia.

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