Por Luis Hevia Canto
Septiembre es considerado el mes patrio para los mexicanos, pues recordamos el inicio de la Guerra de Independencia y aprovechamos la ocasión para celebrar nuestra identidad nacional.
Sin embargo, los homicidios, la violencia y la corrupción que han aquejado al país por décadas parecen eclipsar por momentos nuestras bondades. No obstante, debemos recordar que algunas de nuestras características más valiosas florecen ante las adversidades.
Es fácil celebrar lo que nos genera orgullo, como lo hacemos con los grandes artistas que México ha dado a lo largo de su existencia. Excelsos escritores, poetas y pintores se han ganado un lugar en la memoria del mundo, así como inolvidables músicos, compositores y cantantes de la talla de Oscar Chávez, José José o Juan Gabriel. Actualmente, tenemos el privilegio de ser testigos en vida de la obra de “Los Tres Amigos”, Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu, los cineastas más importantes de la actualidad mexicana.
De la misma manera, si hay algo que a todos los mexicanos nos llena de orgullo y nos une como compatriotas, es el reciente amor a nuestra gastronomía. A diferencia del ejemplo de los “Tres Amigos”, en el que disfrutamos un aspecto contemporáneo de nuestra cultura, en la gastronomía experimentamos nuestras tradiciones mediante el paladar.
No es sorpresa que la cochinita enterrada, por poner un ejemplo, sea alabada internacionalmente. Éste es un platillo elaborado con técnicas prehispánicas, pero hecho posible gracias a la introducción del cerdo por parte de los españoles al territorio; entonces, en un platillo gastronómico converge la identidad de México.
Ahora bien, en este país no todo es color de rosas. La cantidad de asesinatos y crímenes violentos perpetrados han teñido de rojo a nuestra patria que alguna vez fue tricolor, y la saña con la cual se cometieron algunas de estas vejaciones no nos puede generar otra cosa más que vergüenza.
Es difícil no sentir aberración después de recordar el suplicio que vivieron mujeres como Ingrid Escamilla, quien fue desollada y mutilada por su pareja, o la niña Fátima, quien a sus doce años fue asesinada, torturada y encontrada en un lote baldío dentro de un costal de basura. Todos estos homicidas fueron mexicanos, presuntamente formados bajo nuestros mismos valores y sistemas sociales y culturales. Me gustaría poder pensar que estos individuos son la excepción, pero sería un insulto para las más de diez mujeres asesinadas al día.
Afortunadamente, ante lo negativo surge un aspecto resilientemente positivo en nosotros, el cual nunca es tan propio como en estas fechas. Después de todo, los héroes de la Independencia cimentaron con su levantamiento en esta característica esencial de los mexicanos, la cual pudimos apreciar en su máximo esplendor en el último par de semanas.
A principios de mes, familias víctimas de la violencia y colectivos feministas tomaron el edificio de la Comisión Nacional de Derechos Humanos en el Centro Histórico de la Ciudad de México, y lo convirtieron en refugio para personas que se encuentren en situación de peligro. Estos justificaron su actuar con el desempeño de la actual ombudsperson, Rosario Piedra Ibarra, en materia de atención a víctimas, el cual consideraron deplorable. Los esfuerzos de estas mexicanas y mexicanos ya han sido replicados en otras entidades.
En este movimiento destaca el nombre de Yesenia Zamudio, madre de una joven víctima de feminicidio que no ha descansado en su búsqueda de justicia, y quien ha fungido como vocera de los colectivos. Esta mujer logró legitimar el secuestro de un edificio público con el argumento de que finalmente lo utilizan quienes realmente lo necesitan y a quienes le corresponde de acuerdo a la ley, no los vividores de antes; postura difícil de rebatir después que expusieran la variedad de cortes finos encontrados en el recinto. También ha sabido poner en palabras el sentir de muchos mexicanos respecto a la violencia e impunidad vivida en el país.
No tengo duda que su nombre quedará grabado en la memoria nacional por ser una de las mexicanas más valientes en la historia reciente. Es un orgullo poder compartir nacionalidad con una mujer de tal ejemplaridad.
Como si septiembre trajera consigo aires de inconformidad y rebelión, observamos otra movilización civil en contra del gobierno en la toma de la presa La Boquilla, en el estado de Chihuahua. Miles de campesinos ocuparon dicha instalación federal después que la Comisión Nacional del Agua incumpliera acuerdos tomados con mismos respecto al almacenamiento y distribución del agua en la región.
Los agricultores chihuahuenses expulsaron a la Guardia Nacional de la presa, en lo que fue uno de los momentos más humillantes que ha sufrido esta rama de las Fuerzas Armadas en su corta vida, pues las imágenes de su retirada de las instalaciones bajo gritos de campesinos victoriosos fueron difundidas en todo el país. Lamentablemente, el encuentro no culminó con un saldo blanco, pues se reportó que la Guardia Nacional disparó contra un matrimonio al terminar la manifestación; mataron a la mujer e hirieron gravemente al hombre.
Podrá haber distintas opiniones sobre estos sucesos, pero no se puede negar que en ambos casos los civiles quiebran la ley por un fin positivo: los colectivos convirtieron el edificio de la CNDH en un refugio para víctimas y los campesinos tomaron la presa para tener el agua que necesitaban. Después de dos años de una administración federal que procura una postura permisiva para la delincuencia, en discurso y acción, como se pudo apreciar en la liberación de Ovidio Guzmán, los comentarios encaminados a minimizar la situación de violencia que sufren las mujeres, el constante mensaje de “abrazos, no balazos” o la Ley de Amnistía, por mencionar algunos, parece difícil reprocharle a la población que quebrante la ley para alcanzar un buen objetivo.
Así pues, tras 210 años del inicio de la Independencia, podemos celebrar a un México reconocido mundialmente por su cultura enriquecedora, pero también debemos ser conscientes de los aspectos negativos fomentados y protegidos por nuestros sistemas sociales y gubernamentales. No debemos lamentarnos por esto, sino pensar en que, por cada problema en nuestro país, existe al menos un mexicano que lucha por solucionarlo. Celebremos en estas fiestas patrias, no solo a nuestros héroes de antaño cuyos esfuerzos crearon ésta nación, también a los héroes que hoy arriesgan la vida en búsqueda de un mejor país.