Por Alma Burgos Simón
Ha pasado un mes desde que llegue a Reino Unido. Conocí la nieve y me caí en ella. Pasé mi primera navidad multicultural, aprendí a moverme en el camión e ir desde casa al centro a hacer las compras.
Ya las vacaciones decembrinas habían acabado a todos iban a regresar a la escuela y yo no sería la excepción.
Gracias a que mi esposo se encontraba haciendo su doctorado en la Universidad de Sheffield, esta tiene ciertos tipos de cursos o talleres para los cónyuges que se imparten de manera gratuita. Uno de estos es en el idioma inglés; por supuesto pensado para todos aquellos que no somos nativos de ese país.
Las clases empezaron a mediados de enero, en uno de los tantos edificios de la Universidad llamado “Octagon Centre”, nombrado así porque literalmente tenía forma de un octágono y era un centro para convenciones, pero que también estaba equipado con salones pequeños.
El primer día fue por demás, intimidante. Una cosa es tomar clases de inglés en México, donde ante cualquier duda o pregunta, puedes hacerla en español y pues al final la clase termina y las conversaciones con tus amigos son en tu idioma, bueno ahí no había esa opción. Si no sabías decir algo, tenías que ingeniártela para explicar que necesitas y obviamente la respuesta estaba en inglés.
Además, sobra decir que si estabas en esa clase es porque tu primer idioma no era el inglés. Mis compañeras eran de diversas partes del mundo: Italia, Turquía, Corea, China, Filipinas, Irán e Irak, incluso había otra mexicana.
Un dato curioso es que mi clase era de ciento por ciento mujeres. Esto debido a que, en muchas partes de Europa, incluyendo al Reino Unido, dan muchas facilidades para las familias musulmanas y, en el caso de las mujeres de esta religión, (aunque no todas, algunas son más flexibles) ellas no pueden o deben estar en un mismo lugar solas (es decir sin su esposo, padre o hermanos) si hay la presencia de otros hombres.
Por tal motivo podías elegir tomar clase mixta o solo de mujeres. En mi clase, al menos la mitad eran musulmanas y de estas 3 utilizaban el nicab, una túnica que cubre todo su cuerpo, incluida la cabeza, cuello y cara, dejando únicamente los ojos al descubierto.
El manto que cubre el rostro solo puede ser retirado cuando no hay hombres en su presencia, por lo cual, ellas llegaban totalmente cubiertas, pero una vez instaladas en el salón se levantaban el mando de la cara para dejarla al descubierto.
En una ocasión, a mitad de la clase un profesor varón entró sin anunciarse al aula para pedirle algo a nuestra profesora, lo que causó gran conmoción en el salón, ocasionando que las tres mujeres musulmanas que se habían descubierto el rostro viren la mirada hacía una pared y rápidamente se colocaran todo su atuendo.
Tuve la oportunidad de trabajar en equipo con una de ellas en más de una ocasión y debo confesar que era difícil para mí mantener una conversación con ella. Era originaria de Irán y simplemente no teníamos nada en común. Un día el tema de práctica era sobre maquillaje, quien me conoce, sabe que es un asunto que recientemente comenzó a apasionarme, por lo que poseo una pequeña colección y por supuesto iba maquillada a clases.
Intentando romper el hielo con este tema, comencé a platicarle de mis cosas y ella, que no tenía una gota de maquillaje, comenzó a regañarme por gastar el dinero de mi esposo (según ella) en tonterías innecesarias. Realmente no supe que responder, porque no quería ofender sus creencias, porque eso iba más allá de un tema de belleza, al final era un asunto de religión y de lo que ellos creen permitido o correcto.
Sin embargo, hice buena química con mi compañera italiana y también con las chicas asiáticas. A ellas les gustaba mucho escuchar sobre México y yo no perdía la oportunidad de hablarles de Yucatán.
Pero volviendo al idioma, debido a que si no hablamos inglés no nos entendíamos, porque las chinas pues no hablan español y como ya vieron en una historia pasada, yo no hablo chino.
Es por ello, que una vez platicando con mi compañera de Italia sobre comida, me estaba platicando sobre platillos de su país y me comentó que ahí era popular el pato, pero al menos en Yucatán yo jamás lo había comido, la primera vez fue justamente en Reino Unido.
Eso es lo que intentaba contarle, que hacía poco había probado el pato en un restaurante, pero ella puso una cara de asombro que no comprendí
Ella volvió a preguntarme si estaba segura de que haber comido pato a lo que respondí que sí. Entonces me pregunto:
—¿Es legal aquí en Reino Unido?
—Si, también en Francia y me dices que en tu país es igual —respondí
—No en mi país no es legal —insistió.
Entonces me cayó un rayo de iluminación y entendí que la pronunciación de las palabras nos estaba jugando una mala pasada. En ingles las palabras pato y perro suenan muy similares si no las sabes pronunciar. La pobre chica pensó que yo había comido perro.
Con pelos y señales le tuve que explicar que me refería a pato, de los que tienen plumas y vuelan. Fue todo un drama.
Otro dato interesante es que muchas de las mujeres que acudían al curso eran mamás, por lo que la universidad disponía un salón exclusivo como guardería, en el que todas podían dejar a los niños en este sitió en lo que ellas tomaban tranquilamente sus clases. Por si no lo dije, todo lo anterior, era gratuito.
Continuará…