Por Rafael Gómez Chi
Mérida, Yucatán, a 18 de septiembre de 2025.- En el corazón del centro histórico, la esquina de la 56 con 53 guarda un recuerdo que combina historia, anécdota y picardía yucateca. Allí se levantaba La Prosperidad, cantina célebre por su botana generosa y por ser escenario de artistas de talla internacional. Pero entre sus muchas historias, hay una que todavía provoca sonrisas: la vez que un joven yucateco acabó, sin querer, despegando en el avión presidencial.
La Prosperidad no era cualquier bar. Fundada a inicios del siglo XX, se convirtió en punto de reunión obligado de políticos, artistas y parroquianos. Gobernadores como Víctor Cervera Pacheco pedían hasta el Palacio de Gobierno sus charolas de papadzules y panuchos. Y en los años 70 y 80, bajo la administración de los hermanos Jorge y Luis Fernando Medina Alcocer, el sitio alcanzó su máximo esplendor: fiestas en la calle cada 23 de abril, shows regionales y un menú que hizo escuela en la gastronomía popular.
En ese ambiente se dio el episodio que parece inventado por un guionista, pero que se cuenta en el libro de cantinas de Sergio Grosjean. Era la década de los ochenta y en Los Pinos residía Miguel de la Madrid Hurtado. Un día, al restaurante llegó la orden especial: una bandeja de botanas para el presidente que estaba de gira en Mérida. El encargado de llevarla fue el propio hijo del dueño, Jorge Medina Cosgaya, entonces un adolescente de apenas 15 o 16 años.
Escoltado por motociclistas, el muchacho llegó al aeropuerto. Al verlo explicar con entusiasmo los platillos al Estado Mayor Presidencial, alguien sugirió: “¿Y por qué no se lo cuentas directamente al presidente?”. Dicho y hecho. El joven subió al avión, desplegó su conocimiento sobre el escabeche, los salbutes y el relleno negro… y en medio de la charla, el avión despegó.
Cuando quiso darse cuenta, ya estaba sobrevolando los 10 mil pies rumbo a la Ciudad de México. Aterrizó confundido, fue retenido por personal del aeropuerto que no creía su historia, y solo tras la intervención del Estado Mayor pudo regresar a Mérida en un vuelo comercial, con su anécdota de película bajo el brazo.
Hoy, La Prosperidad ya no existe. Su portón cerrado es apenas vestigio de aquella casita yucateca que recibía a clientes entre hamacas y meseros de filipina blanca. Pero la memoria permanece: gobernadores, artistas y hasta un presidente se rindieron ante sus botanas. Y un joven meridano, por accidente, tuvo el “levantón” más insólito que se recuerde: el que lo subió al avión presidencial.