Por Rafael Gómez Chi
Mérida, Yucatán, 30 de junio de 2025.- Cuando el sol aún no calienta las calles de Mérida y la ciudad apenas bosteza en la penumbra del amanecer, Mariano ya está en movimiento. Son las 5 de la mañana y él, con sus 70 años a cuestas, se pone de pie, se lava la cara y se prepara para salir. Camina lento, no porque quiera, sino porque las piernas ya no le responden como antes… pero igual camina.
Toma el Va y Ven como cada día, de lunes a viernes, rumbo a su esquina diaria frente a la Fiscalía General del Estado de Yucatán. Ahí no hay escritorio ni aire acondicionado, ni horarios fijos. Su labor empieza con el primer auto que llegue a la dependencia. Saluda con respeto, ayuda a estacionar y desea buenos días. Es uno de esos «viene viene» que muchos ven, pero pocos miran.
“Vivo solo aquí en Mérida, mis hijos y mi esposa están en el pueblo”, me cuenta con voz suave pero firme, mientras acomoda su sombrero para cubrirse del sol que ya comienza a causar estragos.
Cuando el día es bueno, Mariano gana 150 pesos. “Con eso como bien, y si me va mal, pues ni modo, con 100 también se puede”, dice sin quejarse, como quien aprendió a agradecer incluso lo poco.
Los licenciados, como él los llama, ya lo conocen. A veces hasta le avisan que no vaya, que será un día flojo. “Así ya no gasto dinero en vano, y si me sobra comida del día anterior, ya me rayé, porque yo me cocino”.
Recibe su pensión cada dos meses. “Tres mil pesitos, eso lo bueno que nos dejó AMLO, porque de otra manera no sé cómo le haría”, me dice con una sonrisa que no es de política, sino de alivio.
Mariano no pide nada. Solo sigue, día tras día, en su lucha discreta por la dignidad. En medio de una ciudad ensimismada en la prisa, él resiste y en su andar diario nos recuerda que hay historias que no hacen ruido, pero sostienen el alma de este mundo.