Dios, Coca Cola, una posada y el reclamo a Santa

Por Rafael Gómez Chi

Mérida, Yucatán, 2 de diciembre de 2023.- Santa Claus y el cronista intercambiaron miradas de reclamo. A sus espaldas el rebumbio de la posada reproducía el de la ciudad sobre cuyos hombros la noche tenía ese halo de complicidad con la fiesta de los embotelladores de Coca Cola, a quienes Santa debe ese poder de convocatoria al amparo del rojo como símbolo de la Navidad.

—Yo sólo vine a hacerte un reclamo —disparó el cronista sin aspavientos.

—Suéltalo —ripostó Santa.

—De niño nunca me trajiste nada —dijo el cronista con ese tono seco, como cuando alguien revira en una discusión sin sentido.

—Seguramente te portabas muy mal —atajó el barbón.

Un instante de sonrisas, luces, cámaras y parabienes canceló toda posibilidad de amargura y la noche se colmó de buenos sentimientos en la posada de la familia de los embotelladores de Coca Cola a la que el cronista fue convocado por Bepensa.

Y se los cuento paso a paso, según la memoria cansina lo permita.

Iniciamos en un restaurante del aeropuerto de Mérida, donde el atrevimiento de elaborar un croque-monsieur de cochinita con arúgula tuvo el descaro de robar el paladar de un experimentado sibarita como el cronista. De ahí al vuelo hacia la Ciudad de México, tranquilo, sin sobresaltos, hasta la gran ciudad, la capital del anonimato, donde los ruidos, los llantos, las aspiraciones y los arrebatos no caben en ninguna parte, en el exceso del exceso, en el tráfico impaciente y la polución como hábito. Y el hotel, en Insurgentes Sur, donde los CEOs se extrapolan en las calles, donde cada edificio es como la gente que espera el metrobús sin hablarse, sin mirarse, excluidos del mundo, como un paria sin rumbo.

Estampas de la vida que a nadie le importan. Número uno, al cronista le dieron una habitación ya ocupada. Número dos, la llave electrónica de la habitación simplemente dejó de funcionar. Tres, algo tan simple como abrir la llave del agua caliente no funcionó. Y cuatro, en las amenidades no había crema humectante para el cuerpo. Más allá de eso, el placer de hospedarse en uno de esos hoteles donde eres el rey por unos momentos es inenarrable y aún más con el esmero con el que las amigas y los amigos de los embotelladores como Bepensa te tratan.

Y para muestra nos bastó el jueves en el Tech Center de Coca-Cola donde no solo aprendimos el proceso de cómo se conquista el mercado con una bebida, sino de la parafernalia que implica reinventarse a diario. Porque es fácil meterse a crítico de todo sin saber de nada y soltar sin ton ni son que una Coca Cola es mala, satanizando hasta lo más insulso. Claro, es cierto, el negocio es vender refrescos y mientras más grande sea el mercado mejor, pero en cuanto conoces lo que hay detrás de una botella y lo que lleva por dentro y la consumes como todo, responsablemente, sin el exceso de Paracelso, aprendes a valorarte como consumidor.

Y es precisamente ahí donde un equipo de 81 personas donde el 74 por ciento son mujeres y el 77 millenials crean innovaciones en uno de los seis centros tecnológicos de Coca Cola a nivel global se anticipan no solo a los retos del consumo sino a los problemas futuros que implica el uso del agua, el plástico, las bebidas gasificadas e incluso las alcohólicas. Se trata ni más ni menos de 39 mercados en América Latina, donde un país como México representa esa multiculturalidad que así como tiene puntos de encuentro tiene más de desencuentro. Y en Latinoamérica son 67 embotelladores y 180 plantas, de las que en México las cinco que hay constituyen el segundo mercado más grande del mundo, cosa que no es nada fácil.

Por eso este grupo de creadores ha reinventado bebidas como el Sprite y su “nuevo sabor irresistible”. O el Flashlyte, un suero que no sabe a suero, con las coincidencias de consumo. Y para saber cómo es que se llega a una bebida nos pasaron a una sala donde primero escribimos en una hojita qué es lo que deseamos de un refresco de manzana, es decir, que nos gustaría en primer lugar que tenga. Las coincidencias de las y los consumidores se agrupan y se opta por la mayoría para continuar con una cata de olores y qué nos recuerda o a qué nos remite cada uno de ellos. El siguiente paso es probar tres bebidas de la misma cosa pero distintas por el color, olor y el sabor y elegir, siempre elegir, basados en nosotros como seres construidos por experiencias, recuerdos, frustraciones, decisiones, momentos, amarguras, sinsabores y aspiraciones. Y así es como se crea y se hace un mercado de consumidores.

Pero y ustedes dirán y harán bien, en preguntar donde está el chiste de una empresa como Coca Cola, que se robó el paladar desde que Pamberton la empezó hasta que Chandler la lanzó al mundo. Se encuentra en esa conciencia ambiental en el agua, los residuos, el cambio climático, la reducción de contenidos de azúcar, la seguridad en el consumo, el bienestar comunitario, los derechos humanos, la diversidad, equidad e inclusión. Y no se los cuento como algo que pretenda elogio o locura porque Coca Cola no lo necesita. La marca y la firma sobrevive a sus más acérrimos críticos por sobre todas las cosas porque, lo reitero, la dosis es el veneno. Paracelso tuvo razón desde la antigüedad. Y uno tiene el más asombroso poder del que es capaz el ser humano que es la elección, la decisión. Y eso es innegable aún en mitad de la nada.

De ahí a la fiesta en el Centro Cultural Indianilla donde los anfitriones, en nuestro caso Bepensa, se lucieron en una de las noches en las que el cronista tuvo la oportunidad de encarar al gordo barbón para reclamarle el desdén de no llevarle nada a aquel niño que fue y que aún no se ha ido.

Una vez hecho eso, el cronista se sentó a disfrutar de la música de María José mientras se aferraba a un par de vasos de whisky como Dios manda a los hombres de buena voluntad en el mundo.