Orfandad Materna, cuando criar exige perspectiva de género

Un tema que no es menor sobre el que debe reflexionarse. La antropóloga Silvia Espadas ofrece una mirada desde quien ejerce la maternidad formada en el feminismo

Por Silvia Nicte Ha Espadas Pech

Mérida, Yucatán, 29 de mayo de 2023.- Había planeado escribir en tiempos cercanos al día de la Madre, pero el cansancio acumulado terminó por vencerme. Pensé que quizás aún valdría la pena escribir antes de finalizar el mes de mayo sobre una problemática con la que, por motivos de trabajo, me he ido acercando en los últimos años: la vulnerabilidad social de los niños y niñas que han perdido a su madre. Para mí, es difícil sortear que un tema de esa naturaleza no me interpele de manera personal, sobre todo a quienes ejercemos la maternidad y nos formamos en el feminismo. Había formulado una serie de reflexiones, no tanto teóricas, como de esas que se dan a través de la experiencia continua y derivadas de un proceso subjetivo. Vaya, una reflexión más humana. Sin embargo, quiero compartir algunas precisiones políticas con respecto al programa social en el que trabajo.

Hace un par de años comencé a trabajar en el programa Seguro de Vida para Jefas de Familia (SVJF). Un programa social que se inició en el 2013 y que pertenecía en ese entonces a la Secretaría de Desarrollo Social. Un programa subsidiado por la federación, pero que en el 2020 se rediseñó como modalidad dentro del programa de Apoyo para el Bienestar de Niñas y Niños, Hijos de Madres Trabajadores, bajo el nombre de Apoyo para el Bienestar de las Niñas, Niños, Adolescentes y Jóvenes en Orfandad Materna y que ahora depende de la Secretaría de Bienestar. Donde hasta la fecha formo parte del equipo de trabajo de la coordinación administrativa.

Como cualquier otro programa social, ha pasado por una serie de evaluaciones, ajustes operativos y cambios sustantivos, sujetos, por un lado, a documentos rectores para la gestión gubernamental, como son el Plan Nacional de Desarrollo (PND), los planes nacionales y programas sectoriales que contienen ejes estratégicos para la reducción de la pobreza, la marginación y la atención a poblaciones vulnerables. Éstos, a su vez, están supeditados a instrumentos jurídicos internacionales y agendas globales que se crean en materia de género, igualdad, no discriminación y Derechos Humanos, principalmente. De esta manera, muy lejos de ser concesiones de los gobiernos, los programas y políticas públicas deben cumplir con los principios que garanticen las libertades individuales y colectivas. 

Ahora bien, en un inicio el programa de SVJF centraba el apoyo en un seguro de vida que la madre fallecida le dejaba a sus hijos. Puesto que las mujeres no tienen las mismas oportunidades de acceso al mercado laboral que los hombres, y, por lo tanto, carecen de seguridad social, entre otros derechos que otorga el esquema formal de trabajo, el Estado tiene la responsabilidad de crear políticas que subsanen esta desigualdad, sobre todo cuando se reconoce la existencia de numerosas familias encabezadas por mujeres.

La reformulación del programa se debió a los cambios de paradigma que se dieron en los planes de desarrollo adoptados por la administración actual. Por ejemplo, se diseñaron directrices sobre las modalidades alternativas de cuidado de los niños y se avanzó en los derechos de la niñez y de la adolescencia, y en la protección a las infancias. En este sentido, el programa se redirigió a los integrantes de población infantil que, por el fallecimiento de la madre, los coloca en una doble vulnerabilidad al correr el riesgo de empeorar su situación de pobreza y precariedad, limitando así su desarrollo integral.

Crianza y redes de apoyo.

Cuando una trabaja en programas tan sensibles, es muy difícil no situarse desde la experiencia personal. Sentir a partir de nuestras propias vivencias forma parte de un proceso de empatía que nos ayuda a entender el dolor de los otros. Por eso, cuando recién entré a trabajar en el programa, cada niño o adolescente que nos llegaba para incorporar me hacía recordar la necesidad de ternura y de contacto físico que mi hija tiene conmigo. Se trata de esos vínculos afectivos materno-filiales que son tan significativos en la primera infancia y tan importantes para su desarrollo socioemocional.

Para estos niños que han sufrido la pérdida permanente de su madre ¿quién o quiénes les proveen de amor? ¿quiénes se quedan al cuidado de ellos? ¿Cuáles son las vicisitudes que atraviesan las familias durante la crianza de estos niños? Algunas de estas dudas las respondía desde el feminismo. Sabemos que el trabajo doméstico, la responsabilidad de los cuidados, la crianza, la socialización infantil y todo lo que concierne a la esfera reproductiva, incluso las atenciones a los hombres dentro de la familia patriarcal, han sido “tareas” de las mujeres. Ya después de tres años, esas dudas se han ido disipando en la medida en que el trabajo nos ha permitido acercarnos a las familias. Los documentos también nos ayudan a reconstruir microhistorias y situaciones de vida, circunstancia que nos deja entrever problemáticas que parecen individuales, pero que en realidad tienen un trasfondo social.

En esta misma tesitura, los datos han corroborado los postulados feministas sobre el tema de los cuidados. Cuando revisamos las estadísticas vemos que sigue prevaleciendo la situación desigual en la distribución del trabajo doméstico, como lo muestra la última Encuesta Nacional Sobre el Uso del Tiempo (ENUT) donde el 67 por ciento del tiempo total del trabajo que realizan las mujeres es no remunerado. (Comunicado, Inmujeres, 21 de octubre, 2022) Además, en el caso de los niños en orfandad materna, esta división se extiende a las funciones de la estructura familiar. Tenemos que en el padrón histórico del programa casi el 60 por ciento de responsables son mujeres, y de las nuevas incorporaciones hechas a partir del 2021 el porcentaje de mujeres es de 67 por ciento frente al 33 por ciento de hombres.

En este contexto, ha habido un incremento de familias monoparentales de madres solas que ilustra la cantidad de padres abandónicos que existe en el país. Estamos hablando entonces de tías, hermanas, cuñadas y principalmente abuelas quienes se quedan al frente de la crianza. Aunque en algunas familias estos cuidados se colectivizan con las redes de apoyo, los abuelos son las personas más importantes en la vida de los niños. Esto significa que la problemática pone a dos grupos vulnerables en un contexto de codependencia y que además ambos requieren cuidados especiales: los niños en orfandad materna y el adulto mayor. También debemos tener presente que algunas familias viven en comunidades de alta marginación y que atraviesan situaciones de precariedad económica.

¿Cómo le hacen estas familias para resolver los gastos de manutención y satisfacer las necesidades básicas como alimentación, ropa, calzado y vivienda? ¿Cómo se les puede garantizar el acceso a sus derechos más elementales como la educación, la salud en general e incluso la salud mental y emocional? De hecho, algunos responsables nos contaron que, tras la pérdida de la madre, algunos adolescentes entraron en cuadros de depresión, ansiedad o estrés psicológico que impactaron en su desempeño escolar. Otros jóvenes abandonaron por completo la escuela. Por eso, uno de los objetivos del programa es que a través del apoyo económico las y los responsables puedan, por lo menos, solventar los gastos escolares de los niños y adolescentes en orfandad, garantizando de esta manera su derecho a la educación y así proyectar un futuro esperanzador en sus vidas.

Feminicidios. Atención prioritaria.

“Nosotras sabíamos que fue ese monstruo”. Así me externó una de las dos hermanas de la mamá fallecida cuando fue a solicitar la incorporación de sus sobrinos al programa. En el acta de defunción no se asentaba nada que haya acreditado su feminicidio, ni siquiera habían abierto carpeta de investigación, todo parecía ser un accidente de auto. Para ellas, para sus hermanas, había sido su expareja la que la había asesinado. Otras mujeres vivieron violencia feminicida previa que culminó indirectamente en su muerte. Se trata de otro caso de feminicidio sin acreditar.

Recuerdo que llegó una abuela a realizar el trámite para sus nietos, observándose que en el acta se mencionaba que falleció por complicaciones en el puerperio. Su madre, por supuesto, sabía que su ex pareja ejercía violencia física contra su hija, al grado de maltratarla durante el embarazo: “Le tiró un balde de agua fría en el embarazo, eso la mató señorita”.  Estos son los dos casos que se me quedaron grabados en la mente.

Los relatos de dolor y rabia de los familiares constatan que hay más mujeres que vivieron violencia machista y que terminaron muriendo a manos de sus esposos, parejas o exparejas. Estas narrativas muestran de manera fehaciente que hay más víctimas de las que se cuentan en las cifras oficiales, y que esta violencia feminicida en todas sus facetas les ha arrebatado a sus madres a miles de niñas, niños y adolescentes, dejando profundas heridas abiertas en ellos y en sus cuidadores.

Según el reportaje especial “Niños Huérfanos son la otra cara del feminicidio”, de lo que va del 2018 al 2021 el gobierno federal ha contabilizado a 5 mil 072 huérfanos por feminicidios en México, según datos recabados por la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres (Once Noticias, 26 de abril de 2022). Cifras que se han obtenido de información proveniente de las fiscalías de los estados y de las actas de defunción. Por otro lado, según los informes de la ONU-Mujeres, muchos de estos niños y adolescentes vivieron contextos de violencia en sus hogares, presenciaron golpes y maltratos físicos y psicológicos hacia su mamá, o incluso fueron testigos de su asesinato, teniendo consecuencias afectivas y emocionales verdaderamente devastadoras en sus vidas.

Además de los niños, las madres y las hermanas, que son las que suelen acompañar a las mujeres en situación de violencia machista, también fueron víctimas de violencia vicaria, y, frente a un sistema de justicia misógino y patriarcal, siguen transitando por un camino burocrático tortuoso en medio del dolor, el duelo y la desesperación.

Tomando en consideración lo anterior, me parece que es indispensable preguntarnos: ¿Qué papel tenemos como servidores públicos ante estos casos? ¿Cuáles son nuestras responsabilidades, más allá de nuestras facultades o asignaciones, con las y los beneficiarios? Primero necesitamos entender que nuestra labor pública se debe para la ciudadanía y que trasciende toda la idiosincrasia jerárquica tan machacada en la cultura burocrática. A pesar de que la transversalidad de género y el enfoque de Derechos Humanos están plasmados en los diseños de los programas sociales, difícilmente se logran reflejar en los procesos administrativos y operativos de los mismos.

Por otra parte, creo una de las maravillas de la actual administración es que hayan superado la visión asistencialista y gerencial de las políticas sociales, para adoptar genuinamente el enfoque humanístico que desde un inició caracterizó al Proyecto Alternativo de Nación. Finalmente, todo servidor público debe saber que estamos tratando con personas en condiciones de alta vulnerabilidad: niñas, niños y adolescentes tristes, adultos mayores de escasos recursos, en su mayoría mujeres, que en este ciclo de vida están ejerciendo doble y hasta triple jornada. Son familias que dependen de los apoyos sociales para su día a día y que es nuestra función canalizar los apoyos de manera efectiva con la empatía y sensibilidad que se merecen.