Diez años esperándote

Nada nuevo bajo el Sol

Por Ricardo Maldonado Arroyo

Mérida, Yucatán, 11 de marzo de 2022.- La mañana de un día como hoy, hace diez años, tío Raúl salió de su casa en la calle 81 del centro de Mérida, próxima a la esquina del Gallo. Una vecina del rumbo, de años conocida, lo vio partir en su bicicleta. Vestía playera y bermuda, ella no recuerda de qué color, pero sí que llevaba un sabucán, lo que le hizo pensar que se dirigía a San Sebastián a comprar algo para desayunar. Otra vecina dice haberlo visto de regreso, pero los recuerdos se han desdibujado con el tiempo. Lo cierto es que no volvimos a ver a mi tío. Hoy cumple diez años desaparecido.

Al escribir, procuro que mis palabras no traten asuntos estrictamente personales, pero esta ocasión lo amerita. Lo amerita porque el dolor que acompaña a mi familia desde ese día, particularmente a la esposa de mi tío Raúl (mi tía), sus hijos (primos míos) y sus hermanas (incluyendo mi madre), lo comparten miles de familias en México que siguen en la búsqueda de un ser querido. Para nosotros, él está desaparecido, aunque legalmente se le clasifique como “no localizado”. Según la Ley general en materia de desaparición forzada de personas, persona desaparecida es aquella “cuyo paradero se desconoce y se presuma, a partir de cualquier indicio, que su ausencia se relaciona con la comisión de un delito”, mientras que, tratándose de persona no localizadas, se carece de indicios de delito.

De 2010 a la fecha, el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas recibió 186,785 reportes de personas así clasificadas. Las autoridades siguen sin hallar a 75,312. Estas representan el 40% de los casos reportados, de los cuales 58% eran hombres. En Yucatán, de los 5,765 reportes recibidos desde 2010, se halló al 92% de las personas, 159 de ellas sin vida. 457 personas continúan en calidad de desaparecidas o no localizadas. A diferencia de la estadística nacional, el 61% de los casos son de mujeres. Pese a que los números revelan que el problema es mayor en otras entidades del país (casi la mitad se concentra en el Estado de México, Jalisco, Tamaulipas, Chihuahua, Nuevo León y Guanajuato), no es cosa menor lo que sucede en Yucatán. No debe normalizarse que en Yucatán un promedio de 3.4 personas por mes salga de su casa sin que se vuelva a saber de su paradero.

Mi tío era un habitante sencillo del Centro Histórico, de una vivienda modesta, igual que su jubilación. No poseía grandes bienes ni capital, más allá de su casa y su bicicleta. Cuando un familiar desaparece, quienes lo aman no cesan de buscarlo, empleando el tiempo y los recursos que el Estado no les proporciona. Por este motivo invertimos tanto tiempo preguntando, indagando por nuestra cuenta, porque esperar de las autoridades es como beber de un pozo seco. Cuando alguien creyó ver a mi tío Raúl en el área de urgencias del Hospital O’Horán, mi prima y mi madre acudieron con el corazón desbocado a tratar de identificarlo. Creyeron verlo en el rostro de cada paciente en espera. No lo encontraron.

La dilación de las autoridades en actuar, la investigación iniciada una y otra vez, proporcionando la misma documentación, revisando los mismos testimonios, poco hizo para hallarlo. La Fiscalía puede asentar la carpeta por meses o años y, de pronto, desempolvarla para fingir que ahora sí va en serio, ahora sí hallaremos a su esposo, a su padre, a su hermano. El acceso a la procuración de justicia, la atención a víctimas y el derecho a la participación de familiares son aspectos descuidados, con total indolencia, y que forman parte de las recomendaciones mínimas en materia de derechos humanos.

Existen tantas organizaciones no gubernamentales buscando personas porque las autoridades se han desentendido, no solo de sus muertos, sino también de sus desaparecidos. Lamentablemente, el factor tiempo es decisivo. En lo personal, guardo pocas esperanzas de hallar a mi tío Raúl, pero considero que mi compromiso, y en un honor a su memoria, es indispensable convertir el dolor en una denuncia pública y una exigencia de justicia. Exigir que en Yucatán importe la vida e integridad de aquellos seres queridos cuyo retorno esperamos con devoción.