La «mañanera» es una especie de ritual de lunes a viernes con un formato inintercambiable que inicia cuando el periodista se despierta a las cuatro de la mañana para llegar a las cinco, aguardar dos horas a que den las siete.
Por Rafael Gómez Chi
Mérida, Yucatán, 28 de octubre.- Andrés Manuel sonrió como aquel cajero viral del Oxxo, su fobia de moda, y sin soltar el atril mientras se colaba el sol matutino por la puerta del costado derecho, espetó:
–Y yo creo que acá le cortamos, porque si no, no vamos a alcanzar la cochinita.
El cronista resopló, aliviado. Miró el Casio que siempre usa en la muñeca derecha. Las 09:11 horas. La «mañanera» había durado dos horas con diez minutos, pero aquello había sido demoledor no solo por el hecho de tener que aguantar con cierto nivel de estoicismo las rocambolescas respuestas del Presidente a cualquier pregunta, sino porque, después de todo, nada, o casi nada, ha cambiado respecto de los neoliberales corruptos con la cuatroté.
A la prensa la siguen citando dos horas antes del evento, de modo que para acceder a la «mañanera» a las siete horas, los periodistas deben presentarse a las cinco horas. Y si bien ya no hay aquellas absurdas revisiones de lo que fue el Estado Mayor Presidencial, es necesario pasar por cuatro filtros: uno en las vallas metálicas de la calle, otro a las puertas de la Base Aérea, uno al entrar al espacio donde se aguarda con café y galletas y uno más a punto de acceder a la conferencia.
Y el Presidente se sigue transportando en camionetas Suburban custodiadas por policías y militares discretamente vestidos de civiles, vigilado por todas partes, pero sin la ostentación del pasado, de modo que si no tienes el ojo entrenado de un periodista que ha pasado por estas cosas, podrías decir fácilmente que López Obrador no es como los anteriores. Y no, no lo es.
Y quienes entran lo deciden desde Presidencia, quienes acomodan de un lado a los periodistas locales y del otro a los que vienen de la Ciudad de México. Pero la elección de quien va a preguntar es facultad exclusiva de Andrés Manuel y de nadie más.
–¿Usted puede participar preguntando en la mañanera? –escribió una seguidora del cronista en las redes sociales.
–Sí,si el señor me selecciona sí –se le respondió.
–¿Y se le puede preguntar de cualquier cosa?
–Sí, sí se le puede preguntar de cualquier cosa… el tema es que él también contesta cualquier cosa –le respondimos.
Y, en efecto, así es. La «mañanera» es una especie de ritual de lunes a viernes con un formato inintercambiable que inicia cuando el periodista se despierta a las cuatro de la mañana para llegar a las cinco, aguardar dos horas a que den las siete. Luego asoma el Presidente y sus secretarios con el Gobernador o los que vayan a estar presentes,saluda con unos buenos dias y da una breve introducción para dejar hablar a los que tengan y deban hacerlo, en este caso Mauricio Vila Dosal y el secretario de la Defensa Nacional y luego el mandatario federal redondea los temas.
Minutos antes de que inicie el protocolo, un empleado de Comunicación Social de la Presidencia da indicaciones y hace notar que solo preguntarán a quien el señor seleccione y es uno local y uno nacional.
Y no importa la pregunta, por muy dura, difícil, tierna, leve, lambisconeada o un enfrentamiento verbal, el Presidente siempre termina hablando de lo que él quiere, despacio, lento, soltando las frases y escondiéndose en esos ademanes, aquellas sonrisas. No hace falta ser su enemigo ni su amigo, él siempre dirige todo hacia donde quiere, en el tema y ámbito que sea, siempre.
De ese modo, habla de la reforma eléctrica y suelta joyas lingüísticas como esta: «Un Oxxo paga de luz tres veces menos de lo que paga una tienda de abarrotes en México, por eso los abarroteros tienen que desconectar sus refrigeradores. Vayan a Oxxo que aunque sea de noche es como de día. No les gusta la reforma energética por eso».
Y no importa si le preguntan sobre Mario Aburto, el asesino confeso de Luis Donaldo Colosio, de José Eduardo Ravelo, del hospital de Ticul o de la Universidad Nacional Autónoma de México, para él todo se relaciona con la corrupción de los neoliberales, de los Gobernadores que compran aviones o de los regidores que ganan sueldos de 250 mil pesos mensuales.
Eso sí, siempre sonríe, dibuja en su rostro una felicidad como la de aquel cajero de Oxxo que se hizo viral, solo que sin los hoyuelos en las mejillas.