Monumento a los Montejo: aferrarse a la hispanidad

¿Qué motiva a las autoridades a proteger un monumento que ha sido calificado de infame o, en el mejor de los casos, intrascendente?

Por Ricardo Maldonado Arroyo

Mérida, Yucatán, 13 de octubre de 2021.- Sucedió otra vez. El pasado 12 de octubre un grupo de manifestantes arrojó pintura al monumento a los Montejo, donde inicia la avenida homónima. Desde su instalación en 2010 ha sido foco de una polémica interminable. El entonces alcalde de Mérida, César Bojórquez, anunció que la aprobación de la obra, gestionada por el Patronato Pro Historia Peninsular (Prohispen), “es pagar una deuda que se tiene con los meridanos y con quienes fueron fundadores de esta ciudad” (Yucatán Ahora). La reacción de descontento no se hizo esperar, ese mismo año diversas organizaciones relacionadas con los derechos de pueblos originarios solicitaron al Ayuntamiento retirar el monumento.

Exceptuando la Covid-19, pocos temas han generado tantas opiniones en la población yucateca durante los últimos años, muchas adversas. Las autoridades municipales y estatales parecen no percatarse ni ocuparse del problema, hasta que precisan salvaguardar la integridad del monumento. Las disertaciones han sido generosas en argumentos, la polarización, creciente. El historiador Joed Peña recordó, apenas en marzo del año en curso (Informe Fracto), que en 1929 la Liga de Acción Social propuso erigir un monumento en honor a los conquistadores, propuesta conjurada por intelectuales que denunciaron la histórica opresión del pueblo maya. Finalmente, en una singular demostración de hispanismo trasnochado, el monumento se volvió realidad en 2010.

Será difícil unificar las razones para retirarlo. Considero que, a estas alturas del partido, el debate está mal enfocado. Ahora importa cuestionar las razones para mantenerlo. ¿Qué motiva a las autoridades a proteger un monumento que ha sido calificado de infame o, en el mejor de los casos, intrascendente? Salvo el séquito que aplaudió entusiasta durante su inauguración, dudosamente otro grupo de ciudadanos se reunirá a rendirle honor a los Montejo.

No se le puede atribuir un valor histórico para hacerlo digno de preservación puesto que es de manufactura reciente. Tampoco constituye un atractivo turístico. Nadie visita Mérida por el deseo de tomarse una fotografía de recuerdo con los Montejo. Carece de cualidades estéticas que deleiten la vista. Si fuera una obra laureada o de autoría afamada, cuando menos podría despertar el orgullo de los citadinos. Urbanísticamente es prescindible. Da lo mismo que sobre el pedestal estuvieran los Montejo o una esfera de piedra. Los personajes que representa no cuentan con mérito alguno para ocupar ese espacio. El señor Héctor Herrera “Cholo”, sentado en una banca del remate del Paseo de Montejo, merece mayor visibilidad por su trayectoria teatral que le hizo ganarse la admiración del público yucateco.

¿Qué hacer entonces con el monumento? Fundirlo para aprovechar el material sería una medida certera y pragmática, pero podría herir la susceptibilidad de quienes sujetan las manos de las autoridades. Si prestan atención a los reclamos, el problema inmediato estriba en que los Montejo ocupan un espacio público privilegiado. Siendo blanco predilecto de protestas feministas y criticado constantemente por agrupaciones mayas, abundan las efemérides que son ocasión para estropear el monumento: Día de las lenguas maternas (21 de febrero), Día de las mujeres (8 de marzo), Día de los pueblos indígenas (8 de agosto), Día de las mujeres indígenas (5 de septiembre), Día por la despenalización del aborto (28 de septiembre), Día de la resistencia indígena (12 de octubre), Día de la eliminación de la violencia contra las mujeres (25 de noviembre).

Una decisión salomónica sería reubicarlo en el Museo de la Ciudad de Mérida, como figura ilustrativa del proceso de conquista. Con un adecuado trabajo de curaduría, cabría añadir fotografías y ejemplares de periódicos que den cuenta del constante desencuentro entre manifestantes y el monumento, elaborando una secuencia de su cambiante aspecto policromático, resultado de las intervenciones de protesta. O bien, resguardarlo en un predio particular con amplio patio interior, alrededor del cual puedan desarrollarse rituales de nostalgia hispanista sin que los participantes sean objeto de escarnio. Estas y otras soluciones deben ser tomadas en cuenta por las autoridades actuales antes de que los Montejo sufran el mismo destino que otros conquistadores: rodar por los suelos ante la mirada complacida de una turba triunfante.

(Foto de Estefanía Lara Sansores)