La terrible obsesión de jugar y perderlo todo

Testimonio de una mujer yucateca que, como muchas más, cayó en el fango de la ludopatía. La organización Jugadores Anónimos, gran ayuda para estas personas

Por Rafael Gómez Chi

Mérida, Yucatán, 1 de octubre de 2021.- María ha alcanzado la edad de 50 años con un nuevo brillo en los ojos. Hace 23 años entró con su esposo por pura diversión a un casino, “por ver el ambiente, como se cantaba el bingo, la lotería”, y las arenas movedizas de la ludopatía hicieron lo suyo, la engulleron lento hasta casi tragarse su vida.

Una tarde María habló con el cronista por teléfono. Quería contar su historia porque “para llegar a la adicción tiene que pasar mucho tiempo, en la ludopatía no es de la noche a la mañana, aunque hay casos de un año”, para lo cual lo citó en un café al que llegó puntual, determinada a explicarse a sí misma el sosegado proceso de la transformación de un ludópata.

Hace nueve años inició en Mérida el Grupo de Jugadores Anónimos “Vuelve a vivir” en el que se otorga ayuda y orientación gratuita y confidencial a las personas para que aprendan a ejercer un control del juego compulsivo.

La ludopatía es una adicción patológica a los juegos de azar y las apuestas, se manifiesta por un deseo irreprimible de jugar pese a que la persona es consciente de las consecuencias. Se calcula que aproximadamente el 2% de la población de nuestro país es jugadora compulsiva, cifra que va en aumento debido al auge de apuestas online. La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoció como una enfermedad a la ludopatía en 1992.

Dicha organización mundial calcula que el 20% de los jugadores compulsivos pueden llegar a atentar contra su vida debido a los graves problemas económicos y emocionales que acarrean con el tiempo.

La ludopatía es una enfermedad lenta, progresiva y mortal que puede llevar a la cárcel, la locura o la muerte.

¿Es posible dejar de jugar? ¿Curarse?

—Sí es posible. Esto es como cualquier adicción, si se tiene el cuidado primero de aceptar que nunca más en tu vida vas a hacer esa primera apuesta. Y está lo que te sugieren en todo grupo de 12 pasos, nunca alejarte, servir, la humildad, el servicio sin esperar nada a cambio.

¿Qué piensas ahora cuando cruzas frente a un casino?

—Siempre me va a gustar. Ya no lucho conmigo misma. Te piden que no pises campos minados. Pero yo sí lo llegué a hacer pero consciente de que no puedo jugar.

María no ordenó ni agua durante la entrevista. No remilgó ni cuando el cronista le pidió una fotografía, guardando el anonimato.

—La única manera de contener el juego es asistiendo a un psicoterapeuta especializado en adicciones y tener firme voluntad. El deseo de dejar de jugar, con eso ya tienes el 50 por ciento ganado. Jugadores anónimos no es un grupo tan grande, al ludópata le cuesta más trabajo dejarlo, porque a diferencia del alcohólico o el drogadicto no se mete cosas a su cuerpo, sino que son las endorfinas que segregamos mientras pensamos dónde vamos a conseguir dinero para jugar.

¿Y si pudieras calcular cuánto dinero gastaste en todos estos años, cuánto es lo que habrías ahorrado?

—Más o menos en todos mis años fácilmente me eché como 700 mil pesos. Pero yo no soy rica. Hay quienes juegan 50 mil pesos diario. Aunque esto no se mide por lo que ganas o gastas, sino según tu economía. Ahora un montón de personas llegan por las máquinas tragaperras que están en los mercados. Los dueños les fomentan la adicción financiándoles el juego en una especie de agiotismo perverso.

¿Cuándo y cómo empezaste?

—Empecé a ir al casino a los 27 años, en el primero que se abrió en Mérida, Caliente. Iba incluso con mi marido, de pura diversión, vamos a conocerlo, a ver el ambiente, por diversión. Puro bingo, cantado, como lotería, como en las ferias.

Las manos de una jugadora compulsiva

En Mérida pasamos del bingo a los casinos presenciales en pocos años. El cronista recuerda el Juega Juega como uno de los primeros. “Ahí todavía iba cuando venía algún familiar de campeche, algunas amigas, con mi marido y mi suegra, lo veía muy social, muy normal, y sé que existe el juego responsable.

¿Entonces tardó el proceso de llegar a la ludopatía?

—Cuando empecé iba una vez al mes, máximo dos veces en 15 días, muy esporádico. Luego vas buscando como te gusta, cada ocasión dices vamos a cenar y luego al casino, y vas incrementando las veces que vas y después empiezas a buscar al grupo de amigas que les gusta. Íbamos a cenar o festejar algo y después al casino, así se fue incrementando, de dos veces al mes a cuatro y luego a cinco y cuando te das cuenta ya estás yendo sola. Tenía 35 años cuando fui sola, sin pretextos. El primer pretexto era llevar a mi hijo al futbol y me decía que mientras él está allá entrenando, podía hacer tiempo en el casino. Hasta que empecé a ir sola sin llevar a nadie. Mis horas de juego eran la tardecita.

—¿Y cuándo te diste cuenta de que tenías un problema?

—Tenía como 43 a 45 años cuando me di cuenta que tenía un problema pero me engañaba. Pasas mas tiempo enganchada, dejas de hacer cosas, tu mente solo piensa a qué hora iré a jugar. Las últimas veces jugaba casi a diario, los únicos días que no podía era el fin de semana, vivía esperando al lunes, domingo nunca pude ir a jugar, pero entre semana iba de siete de la noche y salía muchas veces, como no cerraban, a las cuatro o cinco de la mañana, llegaba a deshacer la cama para que creyeran que había dormido en la casa. Mis hijos estaban chicos. Muchas veces entré a las seis de la mañana a mi casa justo para llevarlos a la escuela.

María lo cuenta como si la historia la hubiera sacado de alguna película.

—Ganas, pierdes, pero una vez todo lo que gané más otra parte la perdí la misma noche. Me molesté. Entonces llevaba a mis hijos la escuela y me iba a mi casa a arreglarme para que no se vea la mala noche y me iba al casino porque yo quería que me devolviera el dinero.

¿Y su esposo, nunca le dijo nada?

—Mi marido trabajaba en la Ciudad de México y no estaba. Creo fue en parte mi soledad, aunque yo no me sentía así, pero a lo mejor en mi subconsciente era verdad que estaba sola. En principio mi marido no me decía nada, entraba a las cinco de la mañana de puntitas y veía a mi marido ahí dormido con la tele encendida, lo único que me decía es que esa pendejada se te va a volver vicio. Él creía que yo tenía un amante, y no, era el juego.

La mujer sostiene que una persona que no tiene la adicción no puede entender cómo puedes pasar tantas horas frente a una máquina.

¿Cómo llegó la ayuda?

De mi propia casa. Yo trabajo y gano mi dinero y con el hecho de tener esa mente te crees que te lo mereces porque es tu esfuerzo, no quitas dinero a nadie, no quitas atención a los hijos. Pero fueron ellos los que me ayudaron y empecé a darme cuenta de lo que me sucedía.

María contó cosas que a cualquiera que no fuera jugador le parecerían inverosímiles.

—Conozco señoras que dejaban a sus hijos afuera en Plaza Fiesta con el guardia, mientras jugaban, muchas se gastaban la colegiatura y el gasto. Te cuento de una que fue a Costco, compró cubetas de pintura, como seis, y de repente necesitó dinero, cargó las cubetas, y las devolvió, agarró el dinero y se fue a jugar. Aguinaldos que se iban en dos días y muchas perdieron a sus familias.

—La familia sí se da cuenta. Mi despertar fue antes de caer más bajo. Pero hay casos de personas que las familias las presionan, casos de o el juego o yo. Afortunadamente, de ese ultimátum varias han recapacitado.

Las oficinas de Jugadores Anónimos se encuentran ubicadas en la Av. Alemán No. 99 A por 19 y 19ª de la Col. Itzimná en la ciudad de Mérida, y las reuniones presenciales se realizan los lunes, miércoles y viernes de 20:00 a 21:30, son gratuitas y confidenciales; estas actividades se realizan con pleno apego a las medidas preventivas por Covid-19 y de sana distancia vigente.