No vino por su whisky

Homenaje a una amistad. El Periodista Manuel Triay Peniche despide a otro Periodista: Martiniano Alcocer Álvarez

Por Manuel Triay Peniche

Mérida, Yucatán, 22 de mayo de 2021.- Estoy viviendo una paz desconocida para mí, no me quiero morir pero si en algún momento me toca estoy preparado, hasta tengo un pequeño seguro suficiente para los gastos funerarios. Fueron las últimas palabras que le escuché antes de su ingreso a la clínica donde el devastador virus lo sumó al largo y doloroso número de sus víctimas.

Nuestra amistad, sólida como ninguna, data de más de 6 décadas, desde la escuela. En los últimos años me llamaba hermano: Martiniano Alcocer y yo teníamos más divergencias que convergencias; siempre tuve la sensación de que gozaba con decir negro cuando yo decía verde y hubo momentos bastante tensos pero los soportamos, pues la relación entre nosotros tenía un algo muy especial.

Apenas hacía mis pininos en el Diario de Yucatán me enteré de su ingreso a la Galletera Dondé. Y ahí qué haces, le pregunté: limpio latas, es lo que hay, me respondió. Horas después se lo proponía como reportero al dueño y director en funciones del periódico, don Carlos Menéndez Navarrete: le aseguro, recuerdo haber dicho, que no se va usted a arrepentir; él como yo trae una carrera trunca pero él era muy buen estudiante: responsable, entregado y con muy buena gramática.

Lo que siguió fue todo mérito suyo, fue muy buen reportero, jefe de información local, redactor, responsable de la página editorial y, para mi gusto, de los mejores redactores y conocedores del idioma. Nunca, en nuestra larga amistad, nuestras diferencias nos separaron, unas veces cedía él y otras lo hacía yo pero, como hermanos, transitamos juntos y con un cariño imperecedero que ni su ausencia podrá menguar.

Martiniano se manejó con propiedad tanto en la prensa escrita como en la radio y la televisión, trilogía concedida a muy pocos periodistas. Desde siempre trabajamos juntos, sobre todo en revistas y periódicos, y conté con su valiosa participación en la revisión final de un libro, que ya no lo verá impreso aunque lo dejó concluido.

Nuestra última plática presencial, en mi oficina, a media pandemia, estuvo llena de recuerdos, buenos y malos para ambos. Con el corazón en la mano le pedí que alejara de sí algo que lo carcomía por dentro: tras casi 50 años de servicio tenía que estar tocando puertas para encontrar trabajo.

Hace una semanas me enteré de su ingreso a una clínica particular y de su posterior traslado al Seguro Social: un riñón lo acercaba al quirófano. Sin embargo, algo ocurrió que clínicamente no tenía explicación: aquellos cálculos renales desaparecieron como por arte de magia, de la noche a la mañana.

De nuevo en casa, Martiniano me confíó que la única explicación a su alcance era Dios, algo no muy usual en él, pues se quejaba hasta del Altísimo. Poco le duraría el gozo, apenas unos amaneceres y comenzó a sentir síntomas identificables con el letal virus y se hizo la prueba anticovid.

Dí positivo, me dijo en nuestra última plática y yo respondí: bendito Dios, hasta que tienes algo positivo. Reímos, le prometí unos tragos de whisky apenas superara su contagio y ahí acabó algo que llevo en el alma y hasta hoy valoro en su exacta dimensión. Como buenos hermanos teníamos rivalidad, competencia … pero sobre la base de un cariño entrañable.

Adios amigo, hoy sí me ganaste, llegaste primero, pero permíteme darte un último consejo: no olvides que tienes una mano izquierda, úsala, no le discutas a San Pedro así te reclame algunos pecadillos, ya que los tuyos no fueron pocos, y recuerda que esa es la última morada por la que hemos trabajado toda la vida. 

Ah, Martín, no vengas “por mis finos licores” como solías llamarles, ya me los bebí, no quiero verte de nuevo. Hoy a las 4:38 de la madrugada me despertaste de mi sueño y aunque jamás he creído en eso, sé que viniste a despedirte, más bien a hacerme tu última mala jugada, hermano.