El Covid-19 le arrebató a su madre, pero ahora ella vive en los corazones de su familia

diciembre 31, 2020

Por Sergio Martínez Várguez

“Siempre le pongo a mi mamá su veladora”, dice Wendy Sierra Ayala mientras mostraba el altar hecho para su madre, Carmen Ayala, que hace cinco meses falleció por Covid-19. “Me han dicho ya que no tengo que ponerle la veladora pasados 5 meses, pero a mí no me importa. Se gasta la vela y salgo a comprar otra”, agrega con un dejo de nostalgia en su rostro.

El altar, ubicado en la sala de la casa de Wendy tiene, entre otras muchas cosas, un mantel del Divino Niño Jesús, una figura de la Virgen de Guadalupe y una foto de doña Carmen. También guarda unos aretes. Wendy los tiene puestos en una cajita transparente. “Es lo único que conservo de ella, además de unas cuantas ropas”, añade.

A pesar de los meses transcurridos desde el fallecimiento de Carmen Ayala su presencia aún es muy fuerte. “Hablo como si todavía estuviera mi mamá”, dice Wendy, mientras relata los sucesos que le acontecieron en todo este tiempo. Cada vez que se refiere a su madre lo hace en presente. “Todavía no me desacostumbro”, suelta, acongojada.

Sin embargo, doña Carmen no fue el primer caso de Covid-19 en la familia de Wendy. Primero se enfermó su padre, trabajador de 59 años del transporte público. Estuvo un mes con los síntomas de Covid, con temperaturas y tos recurrentes. Él es diabético e hipertenso. 

Tanto Wendy como su familia piensan que doña Carmen se contagió al cuidar a su esposo. “Al principio, yo no lo sabía”, narra Wendy. Su hermana, que es enfermera, no le quería decir lo que le acontecía a su madre. “Cuando me enteré de lo de mi mamá, me puse mal. No sé si fue por eso o porque también me dio Covid al cuidarla”.

El altar para recordar a doña Carmen

Los síntomas de la señora se agravaron y tuvieron que hospitalizarla: le faltaba oxígeno y en las noches se ahogaba. Lo hicieron en el hospital O’Horán, donde trabaja la hermana de Wendy. Ahí fui cuidada durante 14 días. Al quinto tuvieron que intubarla.

“Mi hermana, la enfermera, también se contagió, pero en el hospital. Ella no tuvo síntomas”. En el nosocomio la hermana podía atender a su madre más fácil, pero también para la enfermera fue muy difícil “porque estuvo cuando intubaron a mi mamá.”

En el O’Horán la hermana le podía hablar a su madre al oído y ponerle musiquita en el celular, aunque estuviera dormida. “Mi hermana decía que dormida sí llegaba a escuchar”. Wendy también destaca la labor del personal del hospital. “Fueron muy amables. Incluso peinaban a mi mamá”.

“A mi mamá no la pudimos despedir mi otra hermana y yo”, relata Wendy. A ella le avisaron en la tarde, a las 4 p.m., una hora después de que su madre falleciera. Fueron a buscar a Wendy a su casa, sin decirle porqué. Le llevaron a la casa de su hermana enfermera. Ahí le dieron la terrible noticia.

“Me puse como loca”, expresa. “Mi papá todavía no lo sabía”, agrega. “Acompañé a mis hermanas para decirle a mi papá, su casa”. Fueron en dos taxis, porque uno no bastó para la familia. Wendy llegó primero. “Me escondí en la casa de la lado, para que no me vean, como si fuera un cumpleaños, no lo sé”, explica. 

La urna con las cenizas de la señora serán llevadas a su natal Buctzotz

El papá estaba viendo la misa de las siete de la noche. “Al enterarse de la noticia, lloró. Pero el pasar de los meses se le ha hecho aún más pesado”.

A Wendy le ha costado mucho reponerse. También perdió su trabajo a causa del Covid-19. “Mi esposo sale a trabajar, me quedó sola en la casa y me deprimo más. También perdí un bebé hace tres años y no me he vuelto a embarazar. Mi mamá, justamente, estuvo conmigo cuando pasó lo de mi bebé. Ella me animaba a ir al ginecólogo, para ver si me volvía a embarazar”, dice y señala que le duele que su madre no haya podido conocer a su nieto.

“Solo soñé a mi mamá los primeros días: le decía que me abrazara y ella lo hacía. Cuando desperté tenía los brazos cruzados sobre mí. Entonces no sé si fue sueño o fue de verdad”, recuerda. “Mi papá la sueña constantemente. Plática con ella, y se siente menos solo”, indica.

Doña Carmen era “una persona amable, querida por todos”. Le encantaban las plantas y sacar a pasear a sus perros. Le había regalado a sus tres hijas una planta para cada una. A Wendy le tocó una bugambilia, una que su mamá también plantó. “Tenía buena mano”.

Carmen también era muy participativa en la iglesia, iba a apostolados, al gremio, y era muy devota de la Virgen de Guadalupe, misma que le acompaña a Carmen en el altar hecho por su hija.

“No le daba miedo nada”, subraya. Su madre decía que “de algo nos tenemos que morir” y la frase que más repitió durante su vida fue que “hay que disfrutar la vida”. 

Wendy comenta que para las personas de la tercera edad la pandemia ha sido muy difícil, puesto que su vida diaria se ha visto sumamente afectada. Por lo tanto, invita a “no tener miedo, eso es lo que más afecta” y a que hay que “dejar que la vida siga su curso”

“Me siento tranquila como hija, porque siempre le dimos mucho amor, no me arrepiento de nada”, dice. Ella iba todos los sábados a ver a su madre. “La ausencia es lo que nos duele”, expresa.

“No hemos podido llevar las cenizas de mi mamá al cementerio”, comenta porque los camposantos no han estado abiertos y por eso no podían terminar el nicho. El nicho ya está listo, y por fin van a poder llevar a descansar a doña Carmen el sábado 3 de enero a Buctzoz, su municipio de origen, donde también descansa la abuela de Wendy.

“Mi mamá ya no está en las cenizas, está en todos nosotros, su familia”, sentencia. Mientras dice esto la vela del altar de su madre está encendida. Wendy seguirá poniendo su altar hasta el día que ella pueda acompañar a su madre. Por mientras, vela tras vela, recordará a su madre en un presente definitivo, como a alguien que se le quiere y se le espera.

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