Por Carlos Evia Cervantes
Las cuevas fueron utilizadas por los grupos humanos como habitación y refugio en casi todo el mundo desde los tiempos prehistóricos. Siglos después, aun cuando aparecieron las primeras ciudades de los pueblos agrícolas las cavidades subterráneas continuaron siendo utilizadas como sitios en donde se podían obtener recursos naturales, sean piedras, agua o lugares de cacería. También fueron usadas como espacios rituales y centros de peregrinación. De ahí que exista una relación muy antigua entre las sociedades humanas y las grutas.
Como resultado de esa larga vinculación, las cavernas han condensado una amplia gama de significados de los aquí se señalan (Evia Cervantes, 2007: 178).
Cuando los grupos de cazadores y recolectores cruzaron de Asia a América llevaron consigo los elementos culturales ya adquiridos miles de años atrás: la cacería, el uso del fuego y la utilización de las cavernas para protegerse de las inclemencias climáticas. En algún momento de la historia surgieron los pueblos que habrían de conformar la región mesoamericana. La mitología señala a la cueva como lugar de origen de todas las etnias mesoamericanas.
Eduardo Matos Moctezuma, señala con respecto a este mito, que la cueva tuvo dos significados simbólicos en el periodo prehispánico. El primero es el que la cueva simbolizó la matriz de donde fueron paridos los pueblos, como señala la tradición oral de los mexicas, chichimecas y purépechas cuya referencia de origen es Chicomoztoc. El segundo significado refiere a las cavernas como los conductos que comunican al Inframundo, es decir, al lugar de los muertos. Estos dos significados establecen, a su vez, la dualidad de la vida y la muerte.
Genera vida pues, es la matriz de donde nacen los pueblos y se asocia con la muerte, pues a través de las grutas se penetra al mundo de los fallecidos. Matos agrega que Tlaltecutli, Señor de la Tierra entre los mexicas, fue el gran devorador de cadáveres. A través de un ritual, los espíritus de los fallecidos regresaban a la matriz para ser paridos de nuevo. Al nacer, se les asignaba un sitio según las circunstancias de su defunción. El ciclo de la vida y la muerte también se observaba en el mismo sol que era devorado por la caverna cada noche y renacía en la aurora. La cueva es, pues, lugar de origen y de destino (Matos, 2010: 26-56).
El inframundo entre los mexicas denominado Mictlán era concebido de forma casi idéntica a como lo imaginaron los mayas quienes lo llamaron Metnal o Xibalbá. Su definición más simple es “el lugar de los muertos” pero la comprensión total de su significado es muy compleja. De acuerdo con las fuentes disponibles, en el inframundo reinaban los dioses de la muerte y en este sitio tenían que llegar tarde o temprano los espíritus de los muertos.
En la concepción mesoamericana la muerte no era un estado de existencia definitivo; se concebía como el tránsito del alma, ya desprovista de su cuerpo, la cual llegaba al Inframundo a través de un recorrido que pasaba por nueve niveles subterráneos. Estar muerto era como una escala temporal en el eterno proceso de regeneración, mismo que propiciaba el surgimiento de la vida. Durante el trayecto las almas tenían que enfrentar muchos peligros y sufrir penalidades desconocidas. Se dice que el camino estaba constituido por lugares oscuros, ríos subterráneos que era necesario cruzar y paisajes desolados. Por estas circunstancias, los muertos eran enterrados con cuantos objetos que podrían serles útiles en el viaje.
El inframundo también se concebía como el sitio donde nacieron las personas de las generaciones pasadas y al morir regresaban a su lugar de origen. La secuencia de la vida y de la muerte se concebía como una oposición dinámica y complementaria. Además de los seres humanos, también el sagrado maíz pasaba por un proceso similar, pues los granos morían en el seno de la tierra para resurgir como esplendorosas plantas. En el inframundo se daba el proceso de reproducción del vegetal y por consecuencia se repetía el prodigio de la eterna renovación de la vida. También fue muy importante el culto y respeto a los ancestros pues éstos podían enviar enfermedades como castigos y desempeñarse como intermediarios entre los dioses y los seres vivos. En síntesis, las concepciones de la vida y de la muerte en el mundo prehispánico, formaban parte de un mismo proceso sagrado que originaba el renacimiento de los humanos y la regeneración de las plantas. El Inframundo era el escenario indispensable de dicho proceso (Macazaga Ordoño, 2014: 85-94).
La humanidad ha generado muchas clases de relaciones y símbolos en cuanto a la existencia de las cavernas. La literatura ha dado numerosas muestras de estas relaciones tan variadas como contradictorias, pero, al fin y al cabo, vínculos que entrelazan la historia del hombre con los espacios subterráneos.
Sirvan de ejemplo las siguientes obras: “Alegoría de la Caverna” en La República (Platón, 428-348 a.C.), La divina comedia (Dante Alighieri, 1321), “La Cueva de Salamanca” en Entremeses (Miguel Cervantes de Saavedra, 1600-1611), Viaje al centro de la tierra (Julio Verne, 1864), “Cacahuamilpa” en Lecturas para mujeres (Gabriela Mistral, 1924), Plutonia (V. Obruchev, s/f) y La caverna (José Saramago, 2005). Con estos ejemplos queda claro que la caverna no sólo existe en la naturaleza física sino también en la memoria e imaginación del colectivo humano representado en este caso por los grandes escritores.
A lo largo de los milenios en la cosmovisión de muchas culturas las cavernas configuraron simbólicamente como el sitio donde viven diversos seres sobrenaturales. En las tradiciones mitológicas de todo el mundo se han encontrado lugares y tiempos que preceden a la creación del universo propiamente dicho. Estos seres viven confinados en los espacios subterráneos, precisamente de donde se originaron. Desde entonces, cada región del mundo tiene sus monstruos en sus propias cavernas, que la religión y la tradición oral fueron dando sus propios (Lacarriere, 1989: 38-53).
Así es como aparece el Averno de los griegos, El Infierno de Dante, Mictlán de los mexicas y Xibalbá de los mayas sólo por mencionar algunos. Santiesteban dice que los monstruos requieren de sus propios espacios, que deben ser lugares ocultos, remotos o desolados; sin embargo, siempre están en los sitios donde también el hombre tiene alguna presencia. Las cuevas son los lugares preferidos por ellos para establecerse y dejarse ver (Santiesteban Oliva, 2003: 89-92).
Como elemento del medio ambiente y con origen en épocas geológicas anteriores a la existencia humana los integrantes de los pueblos originarios las consideraron como una clase de entidades increadas, sin explicación de origen (Evia Cervantes, 2007: 193-194). Su existencia se extiende hasta los tiempos primigenios, aquellos que ni los mitos pueden explicar. En este caso, para la cueva no existe la noción de tiempo cíclico, ni lineal, simbólicamente no existía el tiempo cuando la gruta ya estaba en la profundidad de la Tierra.
Bibliografía
Evia Cervantes, Carlos. 2007 El mito de la serpiente Tsukán. Mérida. Universidad Autónoma de Yucatán.
Lacarriere, Jaques. 1989. En busca de los dioses. París. Colección Clío.
Macazaga Ordoño, César. 2014. Símbolos prehispánicos. Sustento filosófico. México. Editorial Trillas. P.p. 85-94.
Matos Moctezuma, Eduardo. 2010. Tenochtitlan. México. Fondo de Cultura Económica y El Colegio de México. Pp. 26-56
Santiesteban Olivia, Héctor. 2003. Tratado de Monstruos, ontología teratológica. Barcelona. Plaza y Valdés.