La esencia de los Días de Muertos en nuestra cultura

Por Carlos Evia Cervantes

Hoy día, las costumbres de los mayas yucatecos están delineadas por un sincretismo que se inició después de la conquista por parte de los españoles. En el período que comprendió los siglos XVI y XX surgieron nuevas concepciones sociales como producto de un inevitable intercambio cultural.  Fueron cinco siglos de contacto y de conflictos durante los cuales se amalgamaron de manera irreversible las ideas y prácticas de españoles e indígenas.

Uno de los resultados de este proceso es la celebración del Día de Muertos que se efectúa cada año en las fechas 31 de octubre, 1 y 2 de noviembre. En esos días mucha gente va a los cementerios para hacer una visita a sus difuntos. Esto implica limpiar la tumba, pintarla si es necesario, llevar flores y prender alguna veladora.

En sus casas hacen sus altares y en ellos hay una mesa en la que ponen los alimentos que en vida preferían los finados. Colocan las fotografías de padres, abuelos o hijos que ya han fallecido. Rezan por lo menos una vez al día para que se perpetúe el descanso de sus almas y de esta manera se comunican solemnemente con sus antepasados.

La creencia general es que en esos días las almas o ánimas de los muertos vendrán a tomar la esencia de los alimentos. El ambiente se llena de olores tanto por el aroma de las flores que se colocan como parte de las ofrendas, como por el humo del incienso y las velas que arden en el altar. Terminadas las plegarias de rigor, se distribuyen las viandas entre los familiares. Finalmente, como dicta la costumbre, se intercambia parte de las ofrendas entre los parientes, vecinos y amigos. 

Entre los  guisados que sirven hay uno especial porque sólo se come ese día del año. Es el llamado pib el cual está hecho con masa de maíz, carnes de ave y cerdo condimentados con recados que dan le dan su color y sabor característico. Después de preparar los pibes, se envuelven con hojas de plátano, se introducen en un horno hecho previamente en el suelo del patio de la casa y, antes de enterrarlos, se cubren con ramas de jabín. En las comunidades rurales donde todavía se practica esta celebración, se percibe, desde el mediodía, un agradable olor que se desprende de las hojas del jabín y que perfuma también este tradicional guisado.

En aquel hogar en donde haya muerto algún familiar cercano durante al año anterior al Día de Muertos, no se hará el pib, pues existe la creencia que al excavar el hoyo en la tierra para cocer el guiso, equivale a estar desenterrando al recién fallecido y por lo tanto no lo dejan descansar en paz (Ek Uc, 2020: 22). Al respecto, un investigador sostiene que la razón por la que no se debe ofrecer el pib en el periodo citado es porque al hornear el guiso se estaría quemando el cuerpo del difunto recién enterrado (Borges Castillo, 2019: 3).

Fotos de Carlos Evia Cervantes

Para entender cabalmente estas tradiciones hay que poner en relieve algunas reflexiones pertinentes. Primera, el estado de muerte es observado en los demás, pero no es experimentado por medio de los por los sentidos o las percepciones de los que aún viven. Morir es una fase desconocida de la existencia física y social. Por lo tanto es una parte del caos conceptual de la vida. Como sucede en otros aspectos de la sociedad, la cultura responde ante la incógnita de la muerte con la elaboración de imágenes, símbolos y mitos que conforman un cosmos paralelo al de los vivos. 

Al reflexionar sobre el estado de muerte encontramos que su configuración tiene elementos hasta cierto punto conocidos y familiares “son precisamente estos elementos los que permiten imaginarla. Los muertos, a la vez que distintos de los vivos son similares a ellos y las relaciones que se establecen entre unos y otros están dotadas de un particular significado” (Baquedano, 2004: 16-17).

El mundo de los muertos y sus necesidades no son una creación arbitraria de los vivos sino más bien una recreación cultural con la que se hace posible abatir la duda que produce el fin de la existencia. Por esta razón se les ofrece a los muertos comidas, rezos y honores, todos ellos elementos que constituyen satisfactores de las necesidades que aún viven. A partir de esta idea general se puede entender que cada cultura haya encontrado maneras semejantes de imaginar la muerte. Pero aun cuando se observen respuestas análogas en el mundo, cada pueblo o sociedad tiene sus características que las distinguen. El análisis entre las semejanzas de lo general y la causalidad de las particularidades muestra cómo han sido los distintos procesos históricos y culturales por los que cada sociedad atraviesa. A partir de este análisis se desprenden las siguientes funciones sociales del Día de Muertos.

Armonía y cohesión social.

La práctica de este ritual en los días dedicados a los difuntos, implica realizar una serie de labores conjuntas y la aportación de los materiales e ingredientes. Es una oportunidad para que grupos familiares se reúnan, convivan y fortalezcan con la concordia en sus relaciones sociales entre parientes, vecinos y amigos. Adultos, jóvenes y niños participan en los preparativos con entusiasmo pues cada quien tiene una función que cumplir y una recompensa social que recibe por parte del grupo lo que ciertamente consolida la cohesión social de la comunidad en su conjunto.

Transmisión de conocimientos

Tanto las comidas como los rezos y los relatos acerca de los muertos constituyen tradiciones que contienen los saberes de la sociedad. Las mujeres se encargan de la selección de los ingredientes y elaboración de los guisos, con base a los conocimientos que se aprenden paulatina y generacionalmente. La hechura del altar y la ejecución de los rezos son observadas por los participantes, abuelos, padres e hijos, para repetirlas cada año. Las medidas del horno para el pib, la cantidad de leña y el tipo de piedras que se usa son conocimientos que atañen preferentemente a los hombres de la comunidad. 

Redistribución de bienes.

Cuando se terminan los rezos, las señoras reparten los pibes y es entonces que se intercambian entre los parientes, vecinos y amigos. Cada quien hace los propios para poder dar a cambio de los que se recibe. Los solteros y las parejas jóvenes también gozan de la generosidad del colectivo social. En este día todos comen pibes. Cuando es el día de los infantes fallecidos, se agregan dulces hechos especialmente para la ocasión. Este reparto sucede en forma similar en los otros rituales que practican los campesinos tales como el Chaachak, el Jets Luum y el Janikol. En ellos se ofrecen alimentos a los dioses del agua y de la milpa que luego se reparten entre los asistentes. 

Inserción social.

Cada vez que se hace la ceremonia del Janal Pixán, los participantes refuerzan la memoria de su ascendencia. Los integrantes de una comunidad necesitan recordarse a ellos mismos y enseñar a sus descendientes cuál es su vínculo social y consanguíneo con la colectividad en la que vive.  Honrar a los muertos es una forma de legitimar la pertenencia de cada individuo y cada familia a la sociedad. Comprobada la pertenencia, los miembros de la comunidad garantizan su acceso a los derechos comunitarios, ejidales o de cualquier otra agrupación productiva existente.

Reducción de incertidumbre.

Quizá la función más evidente de la ceremonia del Día de Muertos sea proporcionar a los miembros de una sociedad una perspectiva concreta, festiva o al menos aceptable de la muerte. Un esquema satisfactorio ante un hecho tan triste e irremediable constituye un bálsamo que permite transitar de un estado a otro con cierta aceptación.

Referencias

Baquedano López, Gaspar. 2004. Reflexiones sobre la muerte: Imágenes de Chumayel, Yucatán. Tesis de Maestría en Ciencias Antropológicas. Facultad de Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma de Yucatán.

Borges Castillo, Jorge Iván. “Noviembre de finados” en Diario Por Esto! Sección Opinión. Mérida. 9 de noviembre de 2019. 

Ek Uc, Carlos. “Místico encuentro terrenal” en Diario Por Esto! Sección Yucatán. Mérida. 16 de octubre de 2020. P.p. 21-22.