El Cronista Yucatán
Por Rafael Gómez Chi
Mérida, Yucatán, 27 de abril de 2025.- El domingo por la mañana, sin previo aviso y como se marchan los hombres que nunca pidieron más de lo que dieron, falleció en su domicilio particular el profesor Francisco Javier Brito Herrera, director del Centro de Readaptación Social de Mérida durante más de un cuarto de siglo.
Una muerte repentina —se dice, producto de un infarto fulminante— vino a sellar la trayectoria de un personaje que, con la firmeza de un caporal y el carisma de un viejo maestro rural, supo ejercer un control singular sobre la vasta y compleja comunidad penitenciaria del Cereso.
Nombrado titular del penal en 1996 por el entonces gobernador Víctor Cervera Pacheco, Brito Herrera logró lo que pocos funcionarios: sobrevivir a los vaivenes de la política. Con habilidad para entender los tiempos y para imponer el orden sin renunciar del todo a la esperanza, fue ratificado por los sucesivos mandatarios Patricio Patrón Laviada, Ivonne Ortega Pacheco, Rolando Zapata Bello, Mauricio Vila Dosal y Joaquín Díaz Mena. Una permanencia inusual que solo encuentra paralelo en la Secretaría de Seguridad Pública con el comandante Luis Felipe Saidén Ojeda, salvo por el breve paréntesis de la administración panista.
Francisco Brito no fue un director de oficina ni un burócrata más. Bajo su conducción, el penal dejó de ser únicamente un sitio de encierro para convertirse, también, en escenario de eventos masivos inéditos en el sistema penitenciario mexicano. Mundialitos de fútbol, maratónicas jornadas de zumba, concursos de canto y elaboradas escenificaciones del Viacrucis fueron posibles gracias a un inusual pacto de respeto y liderazgo que Brito cultivó entre internos y custodios.
El Cereso, con una población que hoy rebasa los dos mil reclusos, fue su pequeña ciudad amurallada, su territorio de reglas propias donde, cada Semana Santa, el profesor organizaba actos de fe y penitencia en los que participaban decenas de reos como actores principales. Esa fue su última actividad pública antes de que el corazón le fallara.
Los gobiernos, aun cuando cambiaron de color, entendieron que prescindir de Brito equivalía a desatar fuerzas difíciles de controlar. Así, el maestro de formación, el director de vocación y el alcaide de facto, se convirtió en una institución dentro de otra institución: una figura que ahora, tras su partida, empieza a pertenecer al terreno de la leyenda penitenciaria de Yucatán.
En tiempos donde todo cambia a velocidad de vértigo, la muerte de Francisco Javier Brito Herrera marca también el fin de una era. La era de quienes sabían, con sólo una mirada, imponer respeto en un mundo donde la autoridad se gana, no se impone.
