Por: Kristel Guzmán
La educación, más que un derecho, es un faro que ilumina el camino hacia el futuro, un puente que conecta los sueños con la realidad. En Yucatán, sin embargo, ese puente parece estar quebrándose para muchos jóvenes. Las cifras de deserción escolar son alarmantes: 2.8% en primaria, 4% en secundaria, 11% en nivel medio superior y 11.9% en nivel superior. Estas estadísticas nos hablan de algo más que números, nos revelan una crisis social y educativa que requiere más que soluciones inmediatas.
Los programas sociales, como las becas “Benito Juárez”, representan un rayo de esperanza para miles de estudiantes en situación vulnerable. Sin embargo, una beca por sí sola no transforma vidas. A lo largo de mi propio camino, pude valorar, el verdadero sentido de tener “Becas” en la vida, guiada por la necesidad que invaden muchos hogares, logré entender que los apoyos económicos que recibía en mi trayecto escolar, no eran simplemente dinero en mis manos, sino que representaban una llave que abría puertas. Cada apoyo que obtuve me acercaba más a la meta de convertirme en una profesional y ser profesional me abriría las puertas a una realidad mejor, cuando era universitaria tenía beca, trabajaba y estudiaba. La dureza de la situación me permitió comprender que la educación era mi mejor herramienta para escalar en la vida, y aunque pudiera considerarse que sigo caminando en esta vida, pude entender que desarrollar mi cerebro y habilidades hacían que los escalones ya no se vieran tan grandes como antes.
En muchos casos, tristemente, los jóvenes no ven las becas de la misma forma. Para algunos, el dinero que reciben mensualmente se convierte en un alivio inmediato, en algo que usarán para cubrir sus necesidades más urgentes, sin llegar a comprender que esa ayuda es una oportunidad dorada para transformar su futuro. Sin el respaldo de una guía que les enseñe a valorar la educación como un motor de cambio, estos apoyos económicos pierden su verdadero propósito.
El hogar es el primer lugar donde se debería fomentar la importancia de la educación, pero en muchos casos, los padres no tienen el tiempo ni los recursos para apoyar el desarrollo académico de sus hijos. A esto se suma el hecho de que muchos jóvenes, especialmente en el nivel superior, abandonan sus estudios porque sienten que la educación no les ofrecerá un futuro económico mejor. Aquí es donde fallamos como sociedad: “no hemos logrado que la educación sea percibida como una herramienta verdaderamente transformadora”.
Los programas sociales deben ir acompañados de políticas públicas más integrales que aborden las raíces de la desigualdad. No basta con ofrecer una beca si no estamos trabajando para que el sistema educativo sea más inclusivo y accesible. La pandemia dejó al descubierto las brechas tecnológicas y educativas que existen en el país. Muchos estudiantes de zonas rurales no tuvieron acceso a clases en línea durante la pandemia, y esa desconexión sigue presente en su rezago académico.
Pero más allá de la tecnología o los recursos económicos, está el valor de la educación como una fuerza transformadora en la vida de las personas. Debemos encontrar la manera de que cada joven vea en la educación no solo una obligación o un sacrificio, sino una herramienta que les permitirá soñar y alcanzar metas que, de otra manera, parecerían inalcanzables.
Los programas de bienestar social son un paso en la dirección correcta, pero por sí solos no solucionarán el problema de la deserción escolar en Yucatán. Necesitamos un enfoque más integral que incluya el fortalecimiento del sistema educativo, un apoyo real desde los hogares y políticas públicas que generen oportunidades laborales y económicas para las familias más vulnerables.
Las becas no deben ser un simple salvavidas; deben ser el empuje que nuestros jóvenes necesitan para comprender que la educación es la clave para su crecimiento personal, profesional y, sobre todo, emocional. Si no logramos cambiar la mentalidad de aquellos a quienes pretendemos ayudar, seguiremos viendo cómo las oportunidades se escapan entre sus dedos, mientras la promesa de un futuro mejor se desvanece en el horizonte.