Joaquín Filio, el cuentista de lo breve

enero 2, 2021

Por Rafael Gómez Chi

Joaquín Filio (Mérida, 1991) escribe como si fuera lo último que le quede por hacer. Hace cuentos y los pone en una botellita y la arroja al mar de las interpretaciones. Cruza los dedos mientras sus textos deambulan por aquí y por allá.

Acaba de publicar Escafandra, un librito de once relatos que se lee de un sorbo, pero que deja un buen sabor de boca. Su trabajo le ha permitido obtener una mención honorífica en el concurso de cuentos Beatriz Espejo en el 2016. También ha publicado Mediocre, en la serie Escritores de Hipogeo Taller.

Trabaja como reportero “para no morirme de hambre” y conversa con el cronista al atardecer. Sonríe cuando habla.

—¿Hace cuánto que escribes para publicar?

—Empecé escribiendo hace diez años, pero para publicar desde hace tres o cuatro.

—¿Por qué te decidiste?

—No sabía qué hacer cuando estaba por salir de la preparatoria, me gustaba leer y no encontré otra cosa mejor que estudiar literatura, creo que fue como un impulso, como un efecto secundario a la lectura. Y tú sabes, mi viejo se ha dedicado a temas que se relacionan con la escritura y yo crecí viéndolo.

—¿Tú elegiste al cuento?

—Sí. Mi primer taller de literatura fue un taller de cuento que tomé con Carlos Martín Briceño y me acomodé a eso. Pero además el cuento breve, la brevedad es lo que me gusta más, es el género en el que me siento más cómodo.

—¿No es más difícil por el tema del manejo de imágenes?

—…No… Lo que pasa es que a mí me gusta mucho más el cuento que está emparentado con la poesía. A mí me gusta mucho leer poesía, de hecho me gusta mucho más leer poesía que narrativa y lo que trato de hacer es incorporar los elementos poéticos de lo que voy leyendo todos los días a un cuento, entonces a mí no se me hace complicado hacer imágenes en un texto. Hay gente que se dedica exclusivamente a narrar y lo hacen muy bien y de pronto sí pueden tener no sé si ciertas complicaciones, pero a lo mejor no se les da la figura poética. A mí me gusta eso.

—¿Cómo escribes?

—En la madrugada. Siempre, desde que empecé a tomármelo más en serio lo intenté varias veces en el día y nunca me hallé. Me levanto en las madrugadas, sé que tengo un margen antes de irme a trabajar, dos o tres horas para escribir y si al día siguiente no tengo nada qué hacer o coincide con mi día de descanso, me dedico a corregir en la mañana.

—¿Hay inspiración divina?

—No. Jamás.

—¿Puro trabajo?

—Creo que es una combinación de trabajo y de experiencia. Nada surge por ósmosis. Nada es generación espontánea en las artes y en el trabajo. No creo en la gente que por don divino pueda hacer algo, resolver cosas…

—Solo Dostoiewsky escribía por don divino…

—Yo creo que ni Dostoiewsky, o sea, aventarse a escribir novelas de ese tamaño.

El Jugador la dictó en siete días.

—Poder dictar también lo hizo Arreola con Bestiario, se la dictó a José Emilio Pacheco. Yo creo que eso responde más bien a que uno escribe en voz alta y cuando uno corrige también en voz alta tienes la capacidad de poder dictar.

—¿A ti te gustaría dictar?

—No creo que me salga bien. Ahora haciendo notas, que  uno tiene que escribir a contra tiempo, a mí me cuesta muchísimo trabajo hacer eso. Imagínate si de por sí escribir en teclado o en papel te toma tiempo y te da margen para corregir, hacerlo de manera oral y dictado sería mucho más difícil.

—¿Qué autores estás leyendo ahora?

—De nueva cuenta, porque las leí en la universidad, a muchas mujeres del siglo XX, mexicanas, que escriben literatura fantástica. Estoy leyendo a Inés Arredondo con Río subterráneo, a Amparo Dávila con Música concreta, a Elena Garro, a escritores sudamericanos, a escritoras chilenas como Alejandra Costamagna, Nona Fernández, es como lo que me ha atraído más, creo que es importante retomar ciertos textos que a lo mejor ya son parte del canon, porque han entrado a la historia de la literatura, como algunos de Amparo Dávila, pero son textos, cuentos tan bien hecho que cada vez que los lees encuentras otra cosa. Envejecen muy bien.

—¿No te sientes raro, por tu juventud?

—No.

—¿No eras el raro de tu salón?

—No. Había más raros. Nunca fui el más chavito, creo que siempre fui de los más viejos, repetía grados.

—Porque ya vez que dicen esa mentira de que los jóvenes no leen.

—Yo no podría hablar mucho de eso porque yo sí leía cuando estaba más morro. O sea dejé de leer un período de la secundaria porque me gustó mucho el fútbol, pero lo retomé un tiempo después. La mayoría de mis amigos son lectores, creo que actualmente no podría hablar de toda la juventud, pero creo que hay un poco más de apertura ante la lectura, digo, todo el tiempo estamos leyendo también, digo en el teléfono, aunque hay gente que se pone exquisita y dice que no, yo creo que sí es lectura.

—Entendí el título de tu librito Escafandra como la profundidad de esta persona, esta mujer, ¿tú has tenido esa profundidad?

—Hay algo que me pasa cuando escribo alguna historia… para empezar siempre la hago desde la casa, y además me cuesta mucho pensar escenarios abiertos, por ejemplo, mover un personaje de un espacio a otro me cuesta mucho trabajo.

—¿Los dejas siempre donde los creaste?

—Encerrados. Y es algo que hace poco me decía una amiga, a la que le di a leer el libro, que me dijo qué chistoso que todos tus cuentos o la mayoría, suceden en un entorno cerrado, en un ambiente como oprimido. Le puse así al libro porque me gustaba mucho la palabra. Es mi palabra favorita. Y la verdad es que escribí el cuento para que tuviera la excusa de llamar así al libro. Sin embargo creo en eso de que cuando uno escribe profundiza uno en su cabeza, en su memoria, en su ideología, y la invitación es a sumergirse.

—Para mí ese encierro que tiene tu personaje es lo que propició el diálogo con el lector porque creo que todos tenemos nuestros propios encierros, lo que pasa es que tratamos siempre de mostrarle al mundo la otra cara.

—Sí, cada quién tiene su propio encierro, estoy de acuerdo. Yo soy una persona muy ansiosa y muy paranoico y es una manera de estar encerrado en uno mismo, la ansiedad nadie te la puede ver, pero cada quien tiene una forma distinta de encierro. Creo que el tema del confinamiento está muy ad hoc al libro. La editora Alejandrina Garza me hizo ver que había que hacer un colofón dirigido al tema de la pandemia y le quedó súper bien. Los cuentos hablan de estar encerrado en uno mismo, profundizando en el litoral de la cabeza.

—¿Vas a seguir ejerciendo el periodismo?

—Yo no sé si estoy ejerciendo el periodismo.

—Para mí sí, te he visto muy responsable en el manejo de la información, a diferencia de muchos otros jóvenes que han tenido muchas dificultades.

—Yo no. Lo que pasa es que entré a esto por dos razones, la primera por hambre, porque tenía mucha necesidad económica, y la segunda porque mi papá me dijo que este negocio era aprender tablas, la agilidad mental que te da pensar en la pirámide invertida, te da la capacidad de pensar en un relato. Me parece un buen reto eso de aventarte a la calle, al chacaleo y pensar qué dirá tu nota. No sé si lo haré más tiempo, por lo pronto sí. Me hace falta aprender cosas y me ha dejado claras muchas otras.

—Preséntate en tres palabras.

—Americanista, ¿okey?. Lector de poesía. Cursi.

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