El mercado de Chuburná, lleno de olores y sabores, intenta vivir en la normalidad con el Covid-19 a cuestas

diciembre 17, 2020

Por Sergio Martínez Várguez

“¡Sale, sale!”. Pedro Alonzo va y viene, se para detrás de un auto y dirige las maniobras de salida. “¡Sale, sale!” repite Pedro en voz alta anunciando lo que parece ser un oficio, el del “viene, viene”, así como su herramienta de trabajo, un pañuelo rojo.

El viene, viene del mercado de Chuburná “Miguel Hidalgo” viste todo de gris. Usa una gorra encima de un pelo canoso, una playera que acompaña a su piel que parece absorber cada rayo de sol, y unos pantalones que le llegan más allá de los tobillos. Sus zapatos no encuentran descanso; incluso cuando Pedro descansa parece estar rimando una canción. Del lado derecho de su cinturón cuelga un pañuelo rojo desgastado que parece que en cualquier momento caerá. Pero no. La tela siempre acompaña a Pedro.

Cada diez minutos Pedro dirige a no menos de ocho automóviles. El viene, viene auxilia a todos los autos que llegan y se van; sin embargo, pocos conductores le dejan una moneda. Cuando no hay vehículos Pedro Alonzo descansa en la esquina, debajo de una señal de tránsito. No se ve sudoroso y mantiene siempre su mirada en alto. El hombre es parsimonioso, incluso cuando dirige a los conductores.

Pedro trabaja en el estacionamiento que está sobre la calle 20. Es sábado a las 10 de la mañana y es una de las horas con mayor concurrencia. Del lado del espacio de trabajo de Pedro se encuentra el comedor.

En el comedor hay una pancarta que recuerda la situación actual: Pandemia mundial por Covid-19, tómense las precauciones debidas. Hay indicaciones para el uso de cubrebocas, sana distancia y lavado de manos. Desde la esquina de descanso de Pedro se tiene una visión panorámica del área de comida. “Esto va a empeorar si no baja el Covid”, apostilla con la mirada en el suelo.

Cuando el viene, viene habla desvía la mirada ligeramente hacia abajo y mete las manos en los bolsillos. En las pausas de su conversación alza los hombros y hace una mueca, como si quisiera expresar más. Pedro piensa que hay apoyo de parte del gobierno y sobre el tema de la política y las elecciones del próximo año se muestra pesimista.

En la zona hay taquerías, loncherías, puestos donde venden antojitos regionales. El espacio de cada establecimiento consiste en un pequeño cuadro con una barra en su parte frontal. En esa barra se despacha, se cobra, se exponen los precios del menú y se entrega la comida. Por entre las mesas se siente el olor de los alimentos.

Hay un espacio considerable entre las mesas y hay pocas vacías. El viento refresca con facilidad cada espacio del comedor. El mercado tiene paredes decorativas de hierro con detalles de mosaico; entre cada pared hay una gran espacio. Parecen ser más para proporcionar sombra y darle cierta privacidad a los consumidores, parados o sentados, a la espera de su comida para ingerirla ahí o para llevársela.

Una cumbia alegra el ambiente. Hay un hombre que toca los teclados de un órgano eléctrico y una cantante. De pronto, un hombre de unos cuarenta años comienza a bailar delante del tipo de los teclados y la mujer que interpreta la canción. Baila de tal manera, que parece írsele la vida en ello. No saludó a los músicos ni a nadie del mercado. Los consumidores le miran extrañados porque lo único que hace es bailar y bailar y nada más.

Frente al comedor, sobre la calle 21 -A hay varias floristas. El perfume de las plantas parece envolver a todos. Hay varias flores, pero abundan las de color rojo, aunque también se observan algunas de cempasúchil. También se venden las nochebuenas.

Las floristas están instaladas en la acera y algunas mujeres las venden en sus triciclos, como Yuli, de 26 años.Vestida de blanco resalta entre tanto verde. La mujer va y viene entregando sus plantas, a veces unas pequeñas que toma con delicadeza, con ambas manos, y otras en grandes maceteros.

Entre venta y venta, la florista expresa que el gobierno del Estado ha podido contener en la medida de lo posible la situación pandémica, y que las nuevas medidas de seguridad aseguran un mejoramiento en la economía, ya que el impacto “sí está fuerte”.

Luego de atender a unos clientes en una camioneta comenta que el Covid-19 “es una enfermedad que se nos va a quedar, como la influenza”.

La entrada principal del mercado se encuentra clausurada. Se decidió así para un mayor control del numero de compradores, de modo que el acceso es por el costado norte, frente a la iglesia. Un vigilante indica con señas y movimientos de ojos el procedimiento necesario para entrar: tomarse la temperatura obligatoriamente en la frente y la aplicación de gel antibacterial. El cubrebocas es indispensable.

En un altavoz se escucha a La Sonora Santanera interpretar su versión de “Bómboro, quiñá, quiñá”, aquel tema compuesto por Jorge Zamora Montalvo, mejor conocido como “Zamorita”. Junto a la bocina hay un joven inmerso en el teléfono celular.

La gente parece ignorar la música. Todos están en lo suyo, vendedores y clientes. Y en el interior del mercado los olores se confunden, pero en primera instancia resalta el que emana de la verdulería y frutería “La bolita”, que se encuentra a la izquierda de la entrada. La encargada, Cecilia Cobá, es la comisionada de vender mientras que su esposo ordena los productos. El saludo de Cecilia es casi inaudible. Se acomoda recurrentemente sus lentes ovalados, y cuando habla mueve poco la boca. Una ligera brisa mueve sus cabellos. Viste una blusa a rayas rosadas con blanco que parece confundirse con la pitahaya, que abunda por ser temporada. También hay lechugas, rábanos y papayas.

Cecilia comenta que la frutería es de su mamá. La dueña se encuentra resguardada en su hogar, para evitar el Covid. Mientras, su hija narra la historia familiar de manera breve: “Mi mamá es como de las fundadoras del mercado. Su frutería ha estado aquí desde el principio”. Desgraciadamente, esa racha se ha roto. “Ya tardó la pandemia, a pesar de que las medidas de la administración han sido efectivas”. Y una vez más, las elecciones por venir son desconocidas. A la pregunta sobre estas, levanta lo hombros y guarda silencio. Cecilia espera que su mamá regrese a su frutería.

Cuatro pasillos más adentro se encuentra la carnicería “Victoria”, nombrada así por la propietaria, Victoria Tun. Es uno de los puestos más concurridos. Los anteojos de Victoria son de pasta dura y parecen inamovibles. Sujeta su pelo castaño con una liga y usa un mandil y cubrebocas blancos.

Ante el “desplome” de ventas, Victoria no ve bien el futuro. “La gente no se cuida”, subraya mientras le pasa un pavo a su ayudante. Manifiesta que hay mucha incertidumbre. Califica el trabajo de las autoridades como bueno, mientras manipula unas piernas de pollo. Al hablar de política, parece enojarse, empieza a evitar las preguntas y se resguarda en su puesto. Toma una pechuga de pollo y empieza a cortarla, justo como la conversación con el joven reportero.

Enfrente de la carnicería de Victoria se encuentra la tienda de abarrotes “Los cuatro hermanos y la competencia”. La dueña esta de rodillas, en el pasillo, en la fachada de su tienda, recogiendo unas papas que se cayeron en el suelo. Una vez de pie, se presenta como Génesis, de 28 años.

Para Génesis las medidas de control de la pandemia han sido efectivas. Su voz es clara y amplia, aunque parece haber un eco debido al cubrebocas. Sus ojos son pequeños. “Las ventas de todos sufrieron caídas”, dice, aunque en su negocio, en ese momento, hay muchos compradores.

En la tienda de abarrotes se observa de todo: comida, bebidas, pan, latas, desechables, productos del hogar y limpieza entre otras cosas. Génesis comenta que los productos que se venden más por la temporada decembrina son las cerezas, las almendras, las nueces, las pasas y el tocino, ya que son ingredientes para los guisos navideños.

Subraya que en esta temporada a la gente le gusta “cocinar y comer en casa”, lo que ayuda en sus ventas. Ventas que, sobre todo, dice Génesis, también son buenas, gracias a que sus precios son bajos y de “menudeo”. Para ella, lo principal de la situación actual es que la gente “necesita estar bien informada en fuentes oficiales”.

Después de dar unas cuantas órdenes a sus trabajadores, Génesis expresa que la administración estatal ha implementado buenas medidas, pero no aguarda ningún cambio con la llegada de las elecciones. Ella espera que, así como los trabajadores del mercado cumplan con la medidas, también los consumidores las cumplan, para continuar con la recuperación de la economía.

Para salir del mercado de Chuburná se tendrá que pasar, otra vez, por el control de sanidad. El olor de las carnes y las verduras es arrebatado con violencia por el olor del gel antibacterial. Pero al salir, la nariz de uno se topa con las flores y el olor de los antojitos yucatecos.

Si uno se retira en auto, oirá a Pedro, con su voz ronca y tímida, vociferando “¡Sale sale!”. Si uno acude en el camión, deberá esperarlo en la esquina de la calle 20 entre 21. Ya no habrá olores. La Iglesia de Chuburná estará de espaldas y solo se verá desde lejos a Pedro con su vestimenta gris y trapo rojo. La calle, la banqueta y las paredes del mercado parecen convertirse en un solo fondo que es desdibujado por la intensidad del sol. Pedro escolta a un auto más. Su voz es indistinguible, pero se le ve trabajando o esperando: no hay diferencia.

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