Cuando hablar y escribir molesta a los regímenes autoritarios tanto que hasta quieren desaparecer la palabra, como el caso de Daniel Ortega, en Nicaragua
Por David Tovilla
Mérida, Yucatán, 17 de julio de 2022.- ¿Cómo explicar el intento de desaparición de la Academia Nicaraguense de la Lengua por parte de Daniel Ortega? La respuesta la tiene Sergio Ramírez: Los dictadores no toleran la palabra.
En una entrevista para el Diario La Hora, el escritor nicaragüense expone que los regímenes autoritarios o dictatoriales no se entienden bien con las palabras porque éstas siempre tienen un olor de libertad: «Las dictaduras todas son iguales: reprimen la libre expresión, encarcelan, establecen el miedo como manda el sistema de gobierno, quieren controlar todas las instituciones del Estado y se mantienen por el fraude electoral».
La voluntad autoritaria no desea que exista ninguna otra palabra más que la suya, aunque esté sustentada en la manipulación y la mentira. Como bien dice Ramírez, no hay distinción, todos los autoritarismos, sin distingo de color o ideología, buscan una única voz: la de ellos. No discuten porque no tienen la capacidad para hacerlo; por eso buscan suprimir a cualquier palabra discordante.
Los autoritarios persiguen a los intelectuales porque rechazan a quienes piensan, analizan y exponen sus ideas. Para ellos, sólo debe existir la aceptación incondicional de sus ocurrencias y necedades.
Un catedrático que vivió la persecución de Adolfo Hitler se encargó de diseccionar la manera en que el autoritarismo inocula, a través de la lengua, un veneno que intoxica a las personas y a la sociedad. Se trata de Víctor Klemperer, en su libro LTI La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo. Aún encerrado en una casa judía, el académico llevó un diario y unos apuntes con el análisis de los discursos y la comunicación del régimen.
Es un libro muy demandado y, por temporadas, agotado. En la actualidad, circulan los ejemplares de la décima edición. Más que un ensayo es una crónica, un testimonio desde la persecución, que expone, con extraordinaria lucidez, los elementos que caracterizan al lenguaje autoritario empleado para destruir ciudadanos reflexivos y construir autómatas, sumisos, no pensantes.
Del amplio relato de Klemperer puede desprenderse, de manera puntual, el mecanismo de manipulación social del autoritarismo: la lengua, que es un «sistema de comunicación verbal propio de una comunidad humana» de acuerdo con la Real Academia. Véase:
- El lenguaje y la repetición: «El efecto más potente no lo conseguían ni los discursos, ni los artículos, ni las octavillas, ni los carteles, ni las banderas, no lo conseguía nada que se captase mediante el pensamiento o el sentimiento conscientes. (…) El nazismo se introducía más bien en la carne y en la sangre de las masas a través de palabras aisladas, de expresiones, de formas sintácticas que imponía repitiéndolas millones de veces y que eran adoptadas de forma mecánica e inconsciente. (…) Alteró el valor y la frecuencia de las palabras, convirtió en bien general lo que antes pertenecía a un individuo o a un grupo minúsculo, y a todo esto impregna palabras, grupos de palabras y formas sintácticas con su veneno, puso el lenguaje al servicio de su terrorífico sistema e hizo del lenguaje su medio de propaganda más potente, más público y secreto a la vez. (…) Uno de los principales recursos para lograrlo consiste en machacar siempre las mismas teorías simplistas, que no pueden ser refutadas desde ningún lado. (…) Es disuadir de cualquier reflexión».
- Inventar una etapa como identidad, a partir de momentos simbólicos de la historia. Hitler denominó a su movimiento el Tercer Reich o tercer imperio. El primero fue el Sacro Imperio Romano Germánico; después existió un Segundo Imperio. Luego vino un periodo conocido como la República de Weimar o la democracia parlamentaria, en el cual Hitler accedió al poder mediante las elecciones. Una vez en el poder autoproclamó el Tercer Imperio. Y hasta hoy todo mundo, de manera mecánica, repite un inexistente Tercer Reich, en lugar de decir simplemente el gobierno de Hitler.
- Invocación en lugar de comunicación: «Cualquier lenguaje que puede actuar libremente sirve a todas las necesidades humanas, sirve a la razón y al sentimiento, es comunicación y diálogo, monólogo y oración, petición, orden e invocación. La lengua autoritaria sirve únicamente a la invocación. Se centra por completo en despojar al individuo de su esencia individual, en narcotizar su personalidad, en convertirlo en pieza sin ideas ni voluntad de una manada dirigida y azuzada en una dirección determinada, en mero átomo de un bloque de piedra en movimiento. Es el lenguaje del fanatismo de masas. Cuando se dirige al individuo y no sólo a su voluntad, sino también a su pensamiento, cuando es doctrina, enseña los medios necesarios para fanatizar y sugestionar a las masas».
- Hablar en nombre del pueblo: «Otra ocasión festiva, otra fiesta del pueblo: cumpleaños de Hitler. “Pueblo” se emplea tantas veces al hablar y escribir como la sal en la comida; a todo se le agrega una pizca de pueblo: fiesta del pueblo, camarada del pueblo, comunidad del pueblo, cercano al pueblo, ajeno al pueblo, surgido del pueblo».
- Abusar del adjetivo histórico: «He aquí la palabra que derrochó a mansalva desde el principio hasta el fin. Se toma tan en serio, está tan convencido o pretende convencerse tanto de la duración de sus instituciones, que cualquier bagatela que le interese, cualquier cosa que toque, es de importancia histórica. Considera histórico cualquier discurso pronunciado por él, aunque diga cien veces lo mismo, es histórica cualquier reunión, aunque no altere en absoluto la situación; es histórica la inauguración de una autopista y se inaugura cada carretera y cada tramo de cada carretera».
- Hacer que todos asuman y actúen de acuerdo con sus palabras: El poderoso llena el espacio colectivo con términos que le interesan, de tal modo que todos: partidarios y adversarios los utilizan con naturalidad, cuando la realidad es que «el lenguaje (del poderoso) no se habla impunemente. Ese lenguaje se respira, y se vive según él. (…) Observaba cada vez con mayor precisión cómo charlaban los trabajadores en la fábrica y cómo hablaban las bestias de la Gestapo y cómo nos expresábamos en nuestro jardín zoológico lleno de jaulas de judíos. No se notaban grandes diferencias; de hecho, no había ninguna. Todos, partidarios y detractores, beneficiarios y víctimas, estaban indudablemente guiados por los mismos modelos».
- La cuestión es que la gente crea, no que entienda. «Debe ser un lenguaje de la fe, ya que está enfocada hacia el fanatismo, a conservar el ámbito de influencia de la religión hitleriana. El nazismo fue acogido como el Evangelio por millones de personas, puesto que utilizaba el lenguaje del Evangelio. (…) El Fürer siempre tiene la razón».
- Utilizar eufemismos o palabras sustitutas para no decir la verdad: «El eufemismo mentiroso desempeña un importante papel en la estructura de la lengua. En el lenguaje de los campos de concentración se decía que un grupo “fue conducido a la solución final”, cuando era ejecutado o enviado a la cámara de gas. (…) En vez de “derrota” se decía “revés”; en vez de “huir”, lo que se hacía era “replegarse ante el enemigo”».
- Despersonalizar y cosificar hasta la obediencia ciega: «Un Führer necesita a seres liderados, en cuya obediencia absoluta pueda confiar. Recuérdese cuántas veces aparece la palabra “ciegamente” en los juramentos de lealtad, en los telegramas y resoluciones de homenaje y adhesión. “Ciegamente” forma parte de las palabras fundamentales de la lengua del nazismo, designa el estado ideal de la mentalidad nazi frente a su Führer y a los respectivos subjefes. (…) ¿Qué hace un séquito perfecto? No piensa y ya ni siquiera siente».
- Inventar un enemigo y fomentar el odio: «Basado en su primitivismo intelectual, el Fürer posee al mismo tiempo, desde el comienzo y en grado sumo, una astucia calculadora. Sabe que sólo puede confiar en la lealtad de quienes se encuentran en el mismo estado de primitivismo que él; y el método más sencillo y seguro para mantenerlos en dicho estado es el cultivo, la legitimación y, por así decirlo, la glorificación del odio. (…) Toda rivalidad, de dondequiera que venga, siempre se remonta a un único enemigo. Si el dictador hubiese conseguido la pretendida aniquilación de todos los judíos, debería haber inventado otros, pues sin el diablo judío jamás habría existido la luminosa figura del germano nórdico. Desde luego, al Fürer no le habría costado mucho inventar nuevos judíos».
- Ocultar las cifras reales: «La destrucción total inherente a la supresión explícita de los límites impuestos por los números y a la introducción de palabras tales como “inimaginable” e “innumerables”. Llama la atención la desfachatez de las mentiras expresadas en números; uno de los fundamentos de la doctrina nazi es la convicción de la irreflexión y de la capacidad de embrutecimiento de las masas».
- Vanagloriarse e insultar al adversario: «Enumerar y despreciar: sin duda, no existe discurso del Führer que no contenga dosis exhaustivas de ambas cosas: enumeración de los éxitos propios e insultos sarcásticos contra el adversario».
El libro LTI La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo, de Víctor Klemperer, es memoria, al recordar que la lengua autoritaria «abarcó y contaminó con una uniformidad absoluta» a un país. Es advertencia, al señalar que «el veneno se encuentra por doquier. Es transportado por el agua potable de la lengua y nadie está a salvo». Es contundente para promover la reflexión cuando cuenta que la repetición es tan inconsciente que llegó a encontrarse con un grupo de personas en el que «ninguno era nazi, pero todos estaban intoxicados».