Por Rafael Gómez Chi
El segundo arzobispo metropolitano de Yucatán, Fernando Ruiz Solórzano, fue dueño de la hermosa mansión que se ubica en el cruce de la calle 52 por Avenida Pérez Ponce, en tiempos en los que la iglesia católica y sus ministros no podían poseer bienes inmuebles.
La casona fue construida por Avelino Montes Linaje, a principios del siglo XX y los documentos encontrados por El Cronista Yucatán en el Registro Público de la Propiedad confirman que el prelado Ruiz Solórzano fue su dueño.
La obtuvo de su anterior propietaria, Josefina Montes Molina, hija de Montes Linaje, primero en préstamo en el año de 1944, pero en el año de 1963 se realizó una compra-venta a favor del jerarca católico.
La casona fue utilizada como sede del arzobispado yucateco e incluso hasta hace unos años numerosos yucatecos de la tercera edad recordaban que en ella tenía sus aposentos y oficinas Ruiz Solórzano y que en su interior existió una capilla en la que ofició misas, bautismos, enlaces conyugales, quince años y demás liturgias.
En la actualidad la casa es propiedad de uno de los miembros de la familia Dájer Nahum. En 1976 pasó a manos del tercer arzobispo metropolitano Manuel Castro Ruiz, quien la obtuvo en herencia tras una larga batalla jurídica que le llevó siete años luego de la muerte de Ruiz Solórzano.
Ruiz Solórzano fue preconizado por el Papa Pío XII el 22 de enero de 1944 y tomó posesión como arzobispo el 14 de abril de 1944, en una ceremonia realizada en la Catedral Metropolitana.
Josefina Montes Molina obtuvo la mansión de su hermano Alberto Montes y en 1934 decidió otorgarle la casa al prelado, pues era una propiedad hasta cierto punto ociosa, debido a que ella vivía en la casona que se ubica en el Paseo de Montejo y que ahora es conocida como la Quinta Montes Molina.
No existen registros periodísticos ni documentales del momento en el que Ruiz Solórzano pasó a ocupar la mansión, pero sí hay un documento en el Registro Público de la Propiedad que certifica que la casa marcada con el número 492 de la calle 33, fue adquirida por el prelado.
La fecha de la inscripción es 28 de mayo de 1963 y la referencia registral se ubica en el folio 38, partida 4, tomo 89 R, volumen único del libro Primero de Urbanas, referente a la finca 21140, en el cual se anota que se trata de un predio con marca de calidad. Ahí aparece Fernando Ruiz Solórzano como comprador.
Pero el prelado falleció repentinamente el 15 de mayo de 1969 durante un viaje en trasatlántico con destino a Roma, apenas un mes después de que celebró sus bodas de plata episcopales, por lo que el Papa Paulo VI se vio obligado a nombrar a un nuevo pastor para la grey católica de la Entidad. Se decidió por el michoacano Manuel Castro Ruiz.
Cabe anotar que, en 1965, Ruiz Solórzano invitó a Castro Ruiz, a quien conocía de tiempo atrás en el seminario, a ser obispo titular de Cincari y obispo auxiliar de Yucatán, de ahí que al morir el primero, Pablo VI lo preconizó trigésimo noveno obispo de Yucatán y tercer arzobispo el 20 de septiembre de 1969.
La muerte de Ruiz Solórzano fue repentina por lo que la casona quedó intestada. Castro Ruiz era un hombre de ideas diferentes a las de su antecesor, por lo que una de las primeras acciones que tomó fue primero obtener la propiedad de la mansión mediante un juicio.
Ya se sabe que estos juicios duran años y que, no obstante, el poder y las influencias con las que cuenta un arzobispo, a Castro Ruz le llevó varios años obtener la propiedad por medio de la figura jurídica denominada “adjudicación por herencia”, lo cual se concretó el 5 de julio de 1976, según el folio 127, partida 5, tomo 2834 C, volumen segundo del libro Primero de Urbanas, respecto de la finca 21140.
Se observa que ya había tomado la decisión de venderla e incluso ya tenía comprador, porque el 15 de septiembre de 1976 se asentó una compraventa a favor de un integrante de la familia Dájer Nahum, según el folio 300, partida 6, tomo 53F, volumen único del libro Primero de Urbanas, respecto de la finca 21140.
Después de ello, Castro Ruz atendió los asuntos de la iglesia en las instalaciones del Seminario Conciliar de San Ildefonso, en Itzimná, y desde eso los arzobispos de la Entidad habitan en un predio mucho menos ostentoso en la avenida Reforma.
La casona fue construida a principios del siglo XX por Avelino Montes Linaje, quien nació en España en 1868 y murió en Mérida en 1956. Se casó con María Molina Figueroa, hija del acaudalado hacendado Olegario Molina, cabeza de la denominada casta divina, grupo oligárquico del porfiriato en Yucatán.
Montes Linaje demostró poder y ambición en los negocios, pues una vez que su suegro dejó la gubernatura de Yucatán y fue nombrado ministro en el gobierno de Porfirio Díaz, la empresa controladora de los negocios de este personaje cambió de denominación, quedando como Avelino Montes Sociedad en Comandita y ésta se hizo cargo de la delicada función de regular los precios de exportación de la fibra del henequén que era el eje económico de toda la región peninsular.
El empresario Montes Linaje se asoció con los principales consumidores estadounidenses de la materia prima y en tal virtud se volvió la clave de la economía del estado. Y además de la mansión fue propietario de dos grandes fincas: Oxcum enclavada en el municipio de Umán y Santo Domingo en el municipio de Maxcanú.
Avelino Montes Linaje y sus socios se mantuvieron como principales fuerzas económicas del Estado a pesar de la rebelión que por las armas se realizó en junio de 1910 en Valladolid, y no fue sino hasta el gobierno del General Salvador Alvarado Rubio que el poderoso grupo fue disuelto, obligándolo a refugiarse en Cuba, junto con su suegro, quien se fue tras la caída de Porfirio Díaz Mori.
Volvió a Mérida cuando pasó el periodo crítico de la post-revolución y murió el 10 de diciembre de 1956.
La mansión en la actualidad se encuentra habitada, en perfectas condiciones, y es admirada por propios y extraños, ya que se localiza en el cruce de las calles 52 con Avenida Pérez Ponce, justo donde concluye la famosa curva, la cual, por cierto, es así porque ahí estuvo la riel del tren que transportó a Porfirio Díaz de Progreso a Mérida en aquella histórica visita que hizo a la Entidad en 1906, pues fue el primer Presidente de México que vino aquí como tal.
La propiedad ha tenido varias divisiones, en cuanto a su terreno, pero la casa sigue intacta. Ya no existen las huertas que tuvo en la primera mitad del siglo XX, pero el enorme jardín sigue también llamando la atención de yucatecos y visitantes.